PARÍS
En febrero del 7 4 viajé a París
con la anacrónica intención de convertirme en un escritor de los años veinte,
estilo «generación perdida». Fui con ese digamos que singular objetivo y,
aunque era muy joven, esto no fue obstáculo para que, nada más comenzar a
pasear por la ciudad, advirtiera que París estaba ensimismada en sus últimas
revoluciones, entrándome entonces una pereza inmensa, monumental, una flojera
grandísima ya sólo de pensar que tenía que convertirme allí en escritor y,
encima, cazador de leones a lo Hemingway.
Al diablo con todo, especialmente
con mis aspiraciones, me dije un atardecer caminando por el Pont Neuf. Tengo
que hacer algo para escapar de este destino, pensaba cada dos minutos aquel
día, sin darme tregua.
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