PROLOGO
A finales del invierno de 1924,
sobre el peñasco en que Nietzsche había tenido la intuición del eterno retorno,
el escritor ruso Andrei Biely sufrió una crisis nerviosa al experimentar el
ascenso irremediable de las lavas del superconsciente. Aquel mismo día y a la
misma hora, a no mucha distancia de allí, el músico Edgar Varese caía
repentinamente del caballo cuando, parodiando a Apollinaire, simulaba que se
preparaba para ir a la guerra.
A mí me parece que esas dos
escenas fueron los pilares sobre los que se edificó la historia de la literatura
portátil: una historia europea en sus orígenes y tan ligera como la
maleta-escritorio con la que Paul Morand recorría en trenes de lujo la
iluminada Europa nocturna: escritorio móvil que inspiró a Marcel Duchamp su
boite-en-valise, sin duda el intento más genial de exaltar lo portátil en arte.
La caja-maleta de Duchamp, que contenía reproducciones en miniatura de todas
sus obras, no tardó en convertirse en el anagrama de la literatura portátil
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