De Limbo de Agustín Fernández-Mallo, p. 137
Todo cuanto alguna vez ocurrió
está condenado a repetirse. Si todo lo que existe no hubiera ya existido, moriríamos
de susto una vez que lo tuviéramos delante. Predecimos lo que ya ha ocurrido.
Son tales repeticiones las que crean adaptaciones a una cotidianidad que de otro
modo sería invivible. A esta ley tampoco se escapan los secuestrados. Entre
cuatro paredes llenas e! día con repeticiones. Caminas por el apartamento y tus
pies son un salvapantallas; cuando has pasado por todos los puntos, cuando ya
has pisado todas las baldosas, la pantalla se actualiza y vuelves a empezar.
Esto ocurre varias veces al día.
Durante los meses iniciales del
secuestro se dibujó insistentemente en mi cabeza el último cuadro que recordaba haber visto, , pintado en 1852. Podría haber sido otro cualquiera,
pero fue ése; lo reproducía una revista de interiorismo. Ofelia yace muerta en
el río, boca arriba, los ojos abiertos y los labios también abiertos, pero no
con expresión de estar muerta, sino de gozo. Los brazos de Ofelia se hallan
ligeramente separados, como atrapada en el momento de realizar una ofrenda a
las nubes, al cielo, a algo que no vemos. En una de sus manos aún sostiene las
flores que había ido arrancando en las cercanías de! arroyo antes de que, no se
sabe, fuera arrojada al agua o simplemente se cayera.
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