De El azar de la mujer rubia de Manuel Vicent, p.114-115
La marquesa de Llanzol se salía
de aquella reala que nunca leyó un libro. Ortega y Gasset estaba enamorado de
ella como un crío, la cortejaba, le mandaba cartas ridículas, somojantes,
babeantes, que algún día habrá que quemar. Le gustaba verla jugar al tenis en el
Club de Campo o de Puerta de Hierro mientras se tomaba un vermut Cinzano bajo el
parasol imaginando fllosofías. Ella se dejaba halagar por aquel filósofo, faro de
la inteligencia española, y no se sabe si llegó un día a pararle los pies, como
hizo Victoria Ocampo, la reinona millonaria argentina que ante su propuesta un
poco atrevida le dijo: «Don José, yo le he traído a Buenos Aires como pensador,
para la cama ya tengo a un campeón de polo». Xavier Zubiri también la adoraba
pero se conformaba con pellizcarle e! culo después de las conferencias que impartía
en los salones de! banco Urquijo sobre la inteligencia sentiente o la esencia
de la nada, todo en e! aire delicado, exquisito de la Sociedad de Estudios y de
la Revista de Occidente.
La mujer rubia era amiga íntima
del Príncipe Juan Carlos por lazos familiares. Una prima estaba casada con el
corone! Alfonso Armada, que era su ayudante e instructor. De regreso de Africa
en 1967, la invitaban a cenas y fiestas en la Zarzuela. Su hermana Sonsoles estaba
casada con Eduardo Fernández de Araoz, concuñado de la infanta Pilar, hermana
de Juan Carlos. Su tío Ramón, marqués de Huétor, fue jefe de la Casa Civil de
Franco. La mujer de éste, Pura Huétor, una verdadera arpía, era íntima amiga de
doña Carmen, y la que le llevaba todos los chismorreos de la calle. «Yo
bromeaba a veces con Juan Carlos y le decía: "Hay que imaginar a millones
de óvulos y espermatozoides de oro saltando, bailando, bajando desde la Edad
Media por todas las uretras de la historia, desde Fernando I de Castilla,
Wifredo e! Velloso, los Reyes Católicos, María Estuardo, Luis XlV, María Teresa
de Austria, Felipe de Orleáns y también Canuto 11 el Grande, Iván el Terrible,
e! emperador alemán Guillermo 11, realizando entre ellos infinitas
combinaciones hasta concentrarse en ti, querido Juan Carlos, que en e! fondo no
te distingues de cualquier otro joven.
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