Werther de Goethe, p. 59 (Cátedra)
15 de mayo
La gente sencilla del lugar ya me
conoce y me quiere; especialmente los niños. He tenido una triste experiencia.
En un principio cuando me acercaba a ellos y les preguntaba amistosamente sobre
esto y lo de más allá, algunos creían
que pretendía burlarme y me despachaban groseramente. No me incomodaba por eso; pero
sentía vivamente lo que ya otras veces había observado: que gente de cierta clase
mantiene siempre una fría distancia con el pueblo bajo, como si creyera perder
con el acercamiento; y hasta hay insustanciales y bromistas que simulan
rebajarse para hacer sentir a la pobre gente, del modo más palpable, su petulancia.
Ya sé que no somos ni podemos ser iguales, pero opino que quien juzga imprescindible
distanciarse del así llamado populacho
para mantener su respeto, es tan reprobable como el cobarde que se esconde del
enemigo por temor a sucumbir. El otro día estuve en la fuente y encontré a una
criada joven que había colocado el cántaro en el último escalón y estaba
mirando a ver si venía casualmente alguna compañera que le ayudase a ponérselo
en la cabeza. Bajé las escaleras y la miré diciéndole: --«¿Quieres que te
ayude, mocita?» --¡Oh, no señor¡ -contestó poniéndose roja como la grana. -«Sin
cumplidos» - insistí. Se colocó bien el rodete y le ayudé, me dio las gracias y
se fue escaleras arriba.
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