De El Noventa y tres, de Victor Hugo, p.227-228
Esta Asamblea, al mismo tiempo
que desprendia revolución, producía civilización; era un infierno, pero también
una fragua. En la misma caldera en que bullía el terror, fermentaba el
progreso. De aquel caos de sombra y de aquella tumultuosa corrida de
nubarrones, salían inmensos rayos de luz paralelos a las leyes eternas, que han
quedado visibles para siempre en el horizonte de los pueblos, y que son: una,
la justicia; otra, la tolerancia; otra, la bondad; otra, la razón; otra, la
verdad; y otra, el amor. La Convención promulgaba este gran axioma: «La libertad de un ciudadano termina donde
comienza la libertad de otro ciudadano», que resume en dos líneas toda la
sociabilidad humana. También declaró sagrada la indigencia, y sagrada la
enfermedad del ciego y del sordomudo, convertidos en pupilos del Estado;
sagrada la paternidad de la madre
soltera, a la que consolaba y ayudaba; sagrada la infancia en el huérfano, que
la patria adoptaba; y sagrada la inocencia del acusado absuelto, a quien indemnizaba. Execraba el tráfico de negros,
abolía la esclavitud, proclamaba la solidaridad civica, decretaba la
instrucción gratuita, organizaba la educación nacional con la Escuela Normal en
Paris, con la escuela central en las capitales de distrito y con la escuela
primaria en cada pueblo; creaba los Conservatorios y los Museos; decretaba la
unificación de los códigos, de los pesos y medidas y de cálculo mediante el
sistema decimal; fundaba la Hacienda en Francia, de tal modo que sucedió el
crédito público a la larga bancarrota de la monarquía; daba a las comunicaciones
el telégrafo; a la vejez, presupuesto para los hospicios; a la enfermedad,
hospitales saneados; a la enseñanza, la Escuela Politécnica; a la ciencia, la
oficina de longitudes; al espíritu humano,
el Instituto de Francia. Era cosmopolita a la vez que nacional. De los once mil
doscientos diez decretos que promulgó, la tercera parte tenían una finalidad
política; las otras dos, una finalidad humana. Declaraba que la moral universal
era la base de la sociedad, y la conciencia universal el fundamento de la ley.
Y todo esto, la abolición de la servidumbre, la fraternidad aclamada, la humanidad
protegida, la conciencia humana aleccionada,
la ley del trabajo transformada en derecho al trabajo, pasando de onerosa a
caritativa, la riqueza nacional consolidada, la infancia protegida y educada,
las ciencias y las letras difundidas, la luz irradiando en todas las cumbres,
el auxilio para todas las miserias y la promulgación de todos los principios,
lo hizo la Convención llevando en sus entrañas una hidra, Vendea, y llevando en
sus espaldas, ese montón de tigres, los reyes.