Del Retrato del artista adolescente
Quizás habían robado una custodia para escaparse
con ella y venderla en cualquier parte. Debía de haber sido un terrible pecado
el ir de noche, pasito, a abrir el negro armario y robar aquella cosa de oro,
resplandeciente, en la cual Dios era expuesto sobre el altar en la bendición entre cirios y flores, cuando el
incienso se levantaba en nubes a ambos lados del chico que balanceaba el
incensario y mientras Domingo Kelly entonaba en el coro la primera parte del Tantum Ergo. Por supuesto, Dios no estaba
allí cuando la habían robado. Sin embargo,
era un pecado enorme aun tocarla sólo. Pensó en ello con profundo terror. Un
pecado terrible y extraño: le estremecía pensarlo, en el silencio sólo levemente
arañado por el rasgueo de las plumas. Y beberse el vino de misa, sacándolo del
armario, y ser delatado por el olor, era también pecado. Pero no era terrible y
extraño. Le hacía a uno sólo sentirse ligeramente
mareado por el olor del vino. El día de su primera comunión en la capilla
Stephen había cerrado los ojos y abierto la boca y sacado la lengua un poquito,
y cuando el rector se inclinó para darle la santa comunión había sentido un
ligero olor a vino en el aliento del rector, al vino de la misa, sin duda. ¡Qué
magnífica palabra: vino. Le hacía a uno pensar en el color púrpura obscuro, porque las uvas tenían ese
color también y crecían allá en Grecia a la parte de fuera de unas casas como
templos blancos. Pero el día de su primera comunión el aliento del rector le
había hecho sentirse mareado. El dia de la primera comunión era el dia más
feliz de la vida. Y una vez un grupo de generales
le había preguntado a Napoleón cuál había sido el dia más feliz de su vida. Todos pensaban que
diría que el día que había ganado alguna gran batalla o el día que le hablan hecho
emperador. Pero él dijo:
-Señores, el dia más feliz de mi
vida fue el dia en que hice mi primera comunión.
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