De Gente del libro, de Hipólito Escolar, p. 170-171
En la entrada en la Academia de
Castillo y Femández Santos se interpuso Juan Benet, íngeniero de caminos, alto
y estirado, muy protegido en ciertos ambientes, con el que sólo en ocasiones he cambiado unas palabras y de cuyas obras
únicamente he podido leer las primeras páginas. Juan Ignacio Uriol, que había
compartido con él banco en la Escuela de Ingenieros, me preguntó por sus méritos literarios. Le dije
que no era mal escritor y que, aunque no conectaría con el público, iba a tener una cierta popularidad
proporcionada por los amigos. Estos eran tan influyentes que una comisión de
académicos visitó a Jesús Femández Santos pidiéndole que retirara su candidatura a favor de Benet y
garantizándole que entraría en la
siguiente convocatoria. La justificación
era peregrina. Benet tenía fama de invertido y algunos académicos sentían escrúpulos en votarle
porque, se decía, estaban entrando muchos invertidos en la Academia. Jesús no renunció,
Castillo no retiró su candidatura y no salió nínguno de los tres.
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