Tengo treinta y un años, soy
ilustrador de cuentos infantiles, y resulta que hace quince días recibí el
encargo urgente de una empresa en apuros: el diseño de una mascota para la
nueva campaña de civismo del Ayuntamiento. La urgencia se debe a que la campaña
anterior, lanzada apenas unos meses
atrás, estaba protagonizada por una respetable actriz de seriales, muy conocida
entre los niños por su papel de abuelita, que recientemente ha sido detenida por
robar en un centro comercial. Suplir una campaña por otra puede parecer una
medida de precaución algo desproporcionada,
pero la realidad es desproporcionadamente peor que todo eso, puesto que en el
momento del robo la señora estaba bebida y llevaba una navaja escondida en las bragas.
La nueva mascota debe ser más
manipulable, pues será la protagonista de una suerte de aventuras donde, entre otras
cosas, se ofrecerá a los niños una guía útil y positiva, supuestamente,
respecto a las normas cívicas más elementales de nuestro comportamiento social.
Además de discutible no es demasiado original, en fin, pero eso no es problema mío.
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