Te quiero más que a la salvación de mi alma
INCIPIT 247. FIN / DAVID MONTEAGUDO
HUGO - COVA
El teléfono sonó una, dos, tres veces. «A1guien puede coger ese teléfono?», gritó Hugo desde algún rincón de la casa; pero el teléfono sonó otra vez, y luego se hizo el silencio, y después volvió a sonar de nuevo. Hugo entró en mi despacho con pasos precipitados, farfullando una palabrota, y descolgó a la mitad de un nuevo timbrazo. «Sí, diga», dijo mientras el auricular viajaba todavía hacia su oreja, en un tono apremiante, descortés, mezclando en su irritación al anónimo llamador y a quien le había obligado, con su pasividad, o tal vez con su ausencia, a atender la llamada.
Pero a la agitación de ese primer momento le siguió un instante de total silencio, de expectante quietud. Durante unos segundos, Hugo permaneció mudo, con la mirada fija, con el ceño fruncido. «Cómo?... No... no sé...», pronunció por fin, dubitativo, con largas pausas entre palabra y palabra. «No sé... la verdad.., así, de golpe...». Las palabras se arrastraban prudentes, desconfiadas, mientras su mano apretaba ávidamente el auricular. «Oye, ¿quién...?», empezó a decir con decisión, con un asomo de irritación; pero se interrumpió a mitad de la pregunta, y un segundo después estalló en un tono completamente distinto. «Claro, Nieves.., ahora... claro, hombre, claro.., si tienes la misma voz...! Perdona, tú, es que... ¿Cómo iba a imaginar que...? ¿Cuánto hace que no...? No, claro, por la calle sí, vives por allá arriba.., eso... sí, te veo a veces.., sí, con los dos niños... ¿Ves? Te tengo controlada...».
Hugo continúa hablando con frases entrecortadas, interrumpiéndose al ritmo de las réplicas que le dan desde el otro lado del teléfono. Se ha relajado; su entonación es
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1 comentario:
Lo tengo esperando a ver si me decido.
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