De La Orden del Finegans, p.115
Ya en mi asiento de pasillo. Siempre pido pasillo y me asombra que, habitualmente, la gente quiera ventanilla. No hay nada más odioso que estar a merced de un desconocido que se duerme y se convierte así en una barrera entre uno y el baño, por ejemplo. Empieza entonces la duda entre despertar al individuo o intentar el milagro —sobre todo en la clase turista de nuestros días— de salir sin romper su sueño. Además, ¿qué se ve desde el avión aparte de un monótono paisaje de nubes y trazados de terreno sin interés?
Quizá por la tensión previa, me quedo dormido instantáneamente. Antes me irritaba el sopor que me produce volar porque me perdía el carrito de los zumos, horribles por otra parte. Llevo ese gen, no sé si catalán, de querer aprovechar aquello que es gratis aunque no me apetezca en absoluto.
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