De El Mundo de JJ Millás, p.93
Una entrevista que había leído, no hacía mucho, con Dios. Su autor era un conocido periodista norteamericano que se encerró durante meses en una habitación con una médium. Él le hacía preguntas a la médium y la médium se las trasladaba a Dios. A veces, Dios tardaba horas o días en responder (en el caso de que el silencio no fuera una respuesta), pero cuando hablaba decía, por increíble que parezca, cosas de una pertinencia demoledora, de una eficacia atroz. Así, a la pregunta del porqué de la muerte respondió que para él la muerte no era más que «un desplazamiento dentro de la vida». Dios nunca la había imaginado de otro modo y no entendía por qué nosotros, los usuarios de la muerte, nos la habíamos tomado como una agresión personal. Un desplazamiento dentro de la vida. Era evidente que nos habíamos equivocado al nombrarla, o al llenar de contenido su nombre. Ni la muerte ni los taxistas malolientes estaban en el mundo para hacerme daño a mí, a nosotros.
A medida que se me ocurrían estas cosas se las iba diciendo al taxista, que en un momento dado comenzó a llorar de gratitud. Era verdad, decía, su hijo no se había vuelto loco para amargarles a él y a su mujer la existencia. La locura no era más que un desplazamiento dentro de la vida, una manifestación de la lógica misteriosa de la que formábamos parte. El error era interiorizarla como un problema. Ocurrió dentro del taxi, entre aquel hombre maloliente y yo, algo inefable de verdad: un milagro, una revelación, una señal.
1 comentario:
pues ... jodido lo veo ;)
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