No todo el mundo sabe que a Veracruz y a sus playas lejanas no pienso en la vida volver. Fui feliz allí, el mes pasado, en noche de luna llena, en Los Portales, ni antes ni después de esa noche, en el último mes de julio de mi juventud. Pero no pienso en la vida nunca volver, pues sé muy bien que la nostalgia de un lugar sólo enriquece mientras se conserva como nostalgia, pero su recuperación significa la muerte.
Fui a México el mes pasado cuando, encontrándome solo y dolido en la ciudad de Barcelona, mi desesperación en el ático de Sant Gervasi me llevó incluso al extremo de creer que oía voces y que los distinguidos huéspedes de mi librería se dedicaban a observarme con una ceja alzada y a recomendarme que, dado mi estado de locura por la muerte de mi hermano, abandonara cuanto antes mi soledad y tanto duelo y viajara.
Recordé entonces que ma habían invitado a Guadalajar, en Jalisco, para que hablara de mi hermano muerto, y ya no lo pensé dos veces y, al día siguiente, escapaba de mi soledad y duelo. Viajé a México, rendí homenaje a los libros viajeros de mi hermano Antonio, y cuando ya todo hubo terminado, regresé a Ciudad de México en un tren cargado de botellas de tequila y, dejando atrás el bullicio de Jalisco, reí y bebí como nunca lo había hecho, y canté rancheras y hasta disparé -me vendieron un peqeuño revólver ne-
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1 comentario:
Quizás la mejor obra de Vila Matas auqnue acepto la comparación con Extraña forma de vida.
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