CUADERNOS DE NOTAS / HENRY JAMES
34 De Vere Gardens, 23 de octubre
Vivir en el mundo de la creación; entrar en él y quedarse; frecuentarlo, habitarlo; pensar intensa, fecundamente; dar vida a intuiciones y combinaciones mediante una atención reflexiva, profunda y sostenida; no hay ninguna otra cosa que cuente. Y yo la descuido mucho, demasiado: por indolencia, por vaguedad, por distracción, y por un extraño miedo nervioso a soltarme. Si venzo ese nerviosismo, el mundo es mío.
34 De Vere Gardens, 23 de octubre de 1894
¿No podría hacerse algo con la idea del gran artista (distingudo, celebrado) –ha de ser, para el caso, hombre de letras- que es tremendamente mimado, fêted, asediado en busca de autógrafos, retratos, etc., pero con cuya obra, en esta época de propaganda, periodismo, esta época de entrevistas, ninguna de las personas afectadas tiene la menor familiariedad? Al menos le cabría el mérito de corresponder a una vasta realidad –una realidad que no deja de asombrarme cada uno de los días de mi vida. Si pudiera idear una breve acción, una historia corta, ajustada al fenómeno al que me refiero y capaza de expresarlo valdría la pena. El fenómeno es el que día tras día suscitan los rapaces cazadores de autógrafos, cazadores de leones, explotadores de lo público; en cuya turba, sencillamente, uno tiene la impresión de que nunca se confundirá la persona advertida y amante de lo verdadero, de la obra (El cuentito podría titularse The Lion). Por alguna vía habría que resolver la situación entera en un pequeño drama concreto. Este podría estribar en una conexión estrecha, intensa, entre la situación personal del autor y la improbabilidad de que (entre la muchedumbre de cazadores) haya alguien que realmente, a la hora de la verdad, conozca la primera palabra de la obra que, fundamento de la reputación del autor, es la razón última de tanta alharaca. Para él algo ha de depender de que la conozcan –algo, tal vez, definitivo para su honor, para su recuerdo (algo importante, quiero decir, íntimo, vital)-, pero en ese momento queda completamente al desnudo la supina ignorancia de los otros. Tiene que matarlo, hein? -matarlo con la furia misma de su aprovechamiento egoísta, y después no tener siquiera idea de para qué lo han hecho. Trouve donc, mon bon, una acción ingeniosa y compacta que haga aflorar todo esto.
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