Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

SER PAREJA

Retratos de Will, Anne Beattie, p. 87-88
Mientras subía por las escaleras, Jody pensaba en lo extraño que era entrar en la vida de otro. Ahora el perro de abajo la reconocía. Y las pequeñas cosas que rodeaban la vida de Mel también le daban la bienvenida. Uno no se limita a asumir la vida de alguien; como un imán, atraes todo aquello que rodea la vida de la otra persona: el saludo del cartero, el empleado de la gasolinera que os sonríe a los dos, el camarero que pregunta “¿Qué tal?” dirigiéndose a las dos caras, la esposa del compañero de trabajo que te invita a comer. Antes de que pudieras darte cuenta, ya tenías un vaso preferido; el pintalabios que te habías dejado olvidado terminaría en una bandejita, al fondo del lavabo. Te escondería el cepillo de dientes para que cuando llegaras a tu casa tuvieras que comprarte uno nuevo. Y cuando regresaras, ahí verías tu cepillo, en el vaso. Y te darías cuenta de que la historia ya iba muy en serio cuando en su apartamento empezaran a proliferar tus cosas: las cosas que te compró para que fueran tuyas en caso de que no te hubieras olvidado las suficientes en su casa. Cuando dejara de llevar su camisa azul a la tintorería y la metiera en la colada de casa porque esa camisa ya se había convertido en tu camisón favorito. Cuando te comprara una planta en vez de un ramo de flores con la intención de que lo llamaras para asegurarse de que la había regado. Cuando las sudaderas empezaran a ser unisex y a mezclarse. Cuando en la nevera ya hubiera fotos de los dos. Cuando lo llamaran otras mujeres y él no cerrara la puerta ni bajara la voz y, después de colgar, se comportara como si nada hubiera interrumpido vuestra conversación.

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