Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

SER NIÑO

Retratos de Will, Ann Beattie, p. 120
No puede haber prueba más determinante de la cordura de una persona que haber sido capaz de sobrevivir a la infancia. Aunque los adultos la idealizan y la presentan como una época de libertad, la infancia es, en realidad, el momento en que con mayor insistencia se obliga al niño a reprimir sus deseos. Distinguidos por los poetas como personas de enorme sabiduría, los niños, en realidad, suelen verse amordazados.
Los adultos se mantienen cuerdos descartando la especulación excesiva. Se desviven por ver continuidad cuando apenas si ven nada. Pero esto al niño no le sale de forma natural. O está totalmente inmerso en el momento presente, o ya está pensando en lo que vendrá luego. El niño siempre se pregunta «¿y si?» El niño es capaz de percibir continuidad en una muñeca, en un tren, en un yoyó. Aunque la habitación del niño parezca un caótico campo de batalla, es probable que tenga un orden muy preciso. Qué descorazonador resulta que, por el capricho de una madre, se derrumben pueblos enteros y los animales del zoo terminen amontonados en la caja de los juguetes sin que se haya tenido en cuenta cuáles son enemigos naturales.

Mientras que los niños imaginan espontáneamente, los padres persiguen el orden de un modo compulsivo. Se marcan límites, aunque la fatiga puede erosionar hasta la más resuelta determinación de los padres. Puede que, a cuatro patas, el progenitor se muestre dispuesto a colaborar en la reconstrucción del pueblo.

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