Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

JORGE HERRALDE Y ENRIQUE VILA-MATAS

De Letras libres -mágnifica revista mejicana-, nº 97: una entrevista con Herralde

Son los grandes grupos, entonces, el malo de la película, mucho más que los agentes.
Bueno, algunos agentes literarios y algunos grupos hacen una pinza con muy pocos escrúpulos, considerándolo todo una mercancía.
¿Cómo se sintió personalmente ante la marcha de Vila-Matas?
Bueno, está dentro de una normalidad… indeseada. Pero mira, yo he publicado a Vila-Matas durante veinticinco años. Hablamos de un Vila-Matas que publicó cuatro libros con un fracaso estrepitoso –dos en Tusquets, donde luego ya no lo quisieron, y dos en editoriales minúsculas. Empezó a publicar con nosotros y durante casi veinte años fue subiendo lentamente, a base de buenas críticas y de convertirse en autor de culto. Hasta Bartleby y compañía no hubo una eclosión y empezó a venderse –como veinte mil ejemplares. Lo animé a que se presentara al premio, lo ganó, y llegamos a publicar sus cuatro o cinco últimos libros. Tras el pináculo que fueron Bartleby... y París no se acaba nunca, en los tres últimos libros había habido un declive claro. Hay que decir que de los anticipos que le pagábamos en cuanto empezó a vender, no se recuperaba ni la mitad. En el momento en que él tomó a una agente, muy codiciosa y muy conocida, ya preví el desenlace. Esta agente me mandó la novela y me dijo: “también la presentaré a otras editoriales, porque Vila-Matas quiere saber cuál es su valor en el mercado”, y le contesté: “me parece muy bien, pero te referirás al mercado de las subastas, porque el mercado de las ventas reales él ya lo sabe”. Con Vila-Matas siempre habíamos hecho lo mismo desde que empezó a vender: él me decía lo que quería cobrar y yo se lo pagaba, y así se lo reiteré a la agente, para que se quedara a gusto en Anagrama. La cantidad que dio era astronómica y… son cosas que pasan. En realidad no me afectó mucho, incluso te diría que si tuviera un director financiero, estaría aplaudiendo su marcha.
¿Cuándo diría que se disparó esta burbuja de adelantos exorbitados?
Tiene una fecha bastante precisa, y es a finales de los ochenta, cuando se produjeron las grandes concentraciones editoriales. Planeta absorbió editoriales tan importantes como Seix Barral o Destino, y se creó esta especie de extraño engendro Random-Mondadori-Bertelsmann, que también compró editoriales prestigiosas como Lumen o Plaza y Janés. Tenía razón José Manuel Lara Jr. una vez que me dijo: “claro, somos tan gigantescos, que nos movemos un poco y aplastamos a alguien”.
¿Quién le ha querido comprar Anagrama?
Prácticamente todos. El primero fue José Manuel Lara padre, que dijo en televisión: “yo quiero comprar Anagrama pero con Herralde dentro”. También se interesaron franceses e italianos (Hachette, Bompiani), pero la respuesta siempre fue la misma: Anagrama no está en venta. Luego uno no puede impedir las leyendas urbanas, y desde hace veinte años se dice que si Anagrama y Planeta tal o cual, y nunca hemos tenido la menor conversación. Las opiniones que he vertido sobre Planeta últimamente creo que demuestran que es una leyenda urbana, tenaz pero leyenda.
¿La competencia son colegas o son enemigos?
Cuando empecé a editar, no se nos pasaba ni por la cabeza que pudiéramos ser enemigos ni competidores. En aquel entonces, un grupo de ocho editores incluso montamos una distribuidora común, Distribuciones de Enlace –con Carlos Barral, Beatriz de Moura, Josep María Castellet, etcétera–, que creaba esta sensación de que éramos cómplices. Sí hay el pacto no escrito, que nosotros seguimos a rajatabla, de no buscar jamás a ningún escritor publicado por una editorial independiente donde se sienta a gusto. Un ejemplo es la mujer de Paul Auster, Siri Hustvedt, una excelente novelista que publicaba en la editorial Circe, de una buena amiga mía: hasta que Hustvedt no quiso salir de esa editorial, yo no le ofrecí publicar en Anagrama.

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