Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

De Tierras de poniente, de Coetzee

De Tierras de poniente, de Coetzee

p.51
Cuando yo era un niño que avanzaba discretamente por mis años de escuela primaria, tenía en mi habitación unjardín de cristales: agujas y láminas, de color ocre y azul ultramarino, que se erguían frágilmente desde el fondo de un frasco de conservas, estalagmitas que obedecían su fuerza vital de cristales muertos. Las semillas de cristal crecerán para mí. Las de la otra clase no brotan, ni siquiera en California. Planté judías en un frasco para Martin, en una época en que yo todavía participaba en su educación, a fin de enseñarle sus bonitas raíces. Pero lasjudías se pudrieron. Igual que los hámsteres, más adelante.
Los jardines de cristales crecen en un medio llamado silicato de sodio. La existencia del silicato de sodio y de los jardines de cristales la descubrí en una enciclopedia. La enciclopedia sigue sjendo mi género favorito. Creo que al final la ordenación alfabética del mundo resultará ser superior a todas las demás ordenaciones que la gente ha probado.
Fue con la Enciclopedia Británica, en su edición de 1939, como me estropeé la vista.
De niño era un ratón de biblioteca. Crecí con los libros.
Hoy día vivo una vida de cristal. Me florecen formaciones exorbitantes en la cabeza, en ese mundo sellado y sin aire. Primero el envoltorio del cráneo. Después un saco membranoso, un amnión: al moverme, siento el chapoteo de los líquidos pasivos. De noche, la luna hace ascender leves mareas entre las orejas. Ahí es donde parece que estoy teniendo lugar.

p.154-155
A la Compañía le interesaban los beneficios fáciles. El propio Van Riebeeck había mandado expediciones al interior en busca de miel, cera, plumas de avestruz, colmillos de elefante, plata, oro, perlas, concha de tortuga, almizcle, civeta, ámbar, pieles y cualquier otra cosa. Aquellos bienes eran objeto de trueque, A cambio de ellos los agentes de la Compañía suministraban artículos por los cuales el nombre del hombre Blanco se susurraba a lo largo y ancho de Africa: tabaco, licores es— pirituosos, cuentas y otros artefactos de cristal, metales, armas de fuego y pólvora. No nos permitiremos aquí el sarcasmo fácil de los comentaristas de nuestra época sobre dicho comercio. Las tribus del interior vendían sus rebaños de vacas y de ovejas a cambio de chatarra. Esa es la verdad. Era una pérdida necesaria de la inocencia, El pastor a quien el llanto de los niños hambrientos despertaba de su estupor alcohólico para encontrarse sus pastos vacíos para siempre aprendía de esa manera la lección de la Caída: no se puede vivir en el Edén para siempre. Los hombres de la Compañía únicamente estaban interpretando el papel del ángel con la espada llameante en aquella representación de la creación de Dios. El pastor acababa de dar un paso triste en su evolución hacia el estatus de ciudadano del mundo. Podemos reconfortamos con esta idea.
Al Castillo le interesaban los beneficios fáciles, pero solamente en la medida en que no acarrearan responsabilidades añadidas. ((Le suplicamos a la Dirección que asigne veinticinco mercenarios hessianos más a nuestro mando. La depravación de los bosquimanos es tal, y la frontera de la Colonia ha crecido tanto en longitud, que se ha vuelto imperativo establecer un puesto para proteger el camino que viene de Graaf Reynet, en el que hace dos semanas el burgués libre Willem Barendt y sus hijos fueron asesinadosjunto con sus sirvientes, y dos mil cabezas de ganado fueron robadas.)) Podemos imaginarnos la vergüenza de un Mando forzado a escribir una carta así, y por tanto la desconfianza con que se examinaban las peticiones de los burgueses que pedían derechos de pasto cada vez más lejos del Castillo, cada vez más al norte. Podemos maravillarnos del hecho de que se le concedieran dichos derechos a Coetzee en 1758. Con qué confianza se le debía de conteniplar. Mientras que algunos hombres de la frontera no visitaban la Ciudad del Cabo más que una vez en la vida, poniéndose sus mejores galas negras y viajando en sus carromatos de bueyes, con sus novias siguiéndolos en carromatos separados por una cuestión de decoro, para casarse en la Groote Kerk, Coetzee viajaba allí cada año o cada dos con un cargamento de pieles y colmillos. Luego se volvía al norte, flemático, con sus bueyes marchando a un ritmo tenaz de dos millas por hora, con dos barriles de pólvora atados a la parte de atrás, té, azúcar, tabaco y el largo látigo de piel de hipopótamo erguido en su soporte. Cuando llegue el momento oportuno describiré el carromato.
Barrow acusa a los colonos, a quienes llama erróneamente el campesinado, de emprender bárbaros juegos de mutilación con sus animales. Registra el ejemplo de un granjero que encendió un fuego debajo de un tiro de bueyes cansados.3 Barrow fue víctima de muchos de los entusiasmos y prejuicios de la Europa de la Ilustración. Vino al Cabo a ver lo que él quería ver: salvajes nobles, un campesinado holandés perezoso y brutal y una misión civilizadora echada a perder. Hizo sus recomendaciones y se marchó: China ya estaba, Africa ya estab, ¿qué viene a continuación?


Aquí escribes el resto del contenido que no se vera.

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