Fin de semana en Nueva York, Josep Pla, p. 219
La misma densidad de la concentración
humana, el sentimiento de los mismos peligros, la presión que ejerce sobre cada
individuo el problema de la presencia de los demás, crea un sentido superior de
la disciplina, la disciplina voluntaria, activa, colaborante. Si la ciudadanía
de Nueva York no fuera la más disciplinada del mundo, se originarían cada día
verdaderas catástrofes.
Vista la ciudad desde una altura,
el efecto es grandioso y deslumbrador. Es una visión fuerte . También puede
verse la ciudad al revés: es decir, alquilando uno de estos taxis llamados skyviews,
con el techo del coche abierto de par en par y sentir el vértigo de la
pequeñez. Si la primera impresión es fuerte, ésta es abrumadora. Y, sin
embargo, la ciudad es de una fragilidad extraordinaria. Es frágil --como hemos insinuado-
frente a los elementos naturales. Es frágil frente a los elementos humanos. Los
tripulantes de los remolcadores del Hudson no pueden estar más que media hora
en huelga: no pueden dejar de ganarla, porque de ellos depende una gran parte
del aprovisionamiento de la ciudad y todo el movimiento del puerto. Una huelga
de los empleados de los ascensores es apenas concebible. Sería una especie de
colapso nacional. Los servicios administrativos han de ser fatalmente, pues, de
una rara complejidad. (Por ejemplo: Nueva York, esta ciudad de sedientos, no
tiene totalmente resuelto el problema del agua; una parte del abastecimiento
depende de la lluvia, como se demostró en el curso de la crisis del agua de
1949, hoy en parte superada.) Estos y otros muchísimos aspectos frágiles que
presenta esta aglomeración pueden sólo tenerse a raya con una gran disciplina nacida del consentimiento
activo general, más que de la imposición externa de un mando. Esta disciplina
es factible y surge espontáneamente, porque las diferencias de clases son aquí mucho
menos acusadas que en otras partes.