Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

NUEVA YORK

Fin de semana en Nueva York, Josep Pla, p. 219
La misma densidad de la concentración humana, el sentimiento de los mismos peligros, la presión que ejerce sobre cada individuo el problema de la presencia de los demás, crea un sentido superior de la disciplina, la disciplina voluntaria, activa, colaborante. Si la ciudadanía de Nueva York no fuera la más disciplinada del mundo, se originarían cada día verdaderas catástrofes.

Vista la ciudad desde una altura, el efecto es grandioso y deslumbrador. Es una visión fuerte . También puede verse la ciudad al revés: es decir, alquilando uno de estos taxis llamados skyviews, con el techo del coche abierto de par en par y sentir el vértigo de la pequeñez. Si la primera impresión es fuerte, ésta es abrumadora. Y, sin embargo, la ciudad es de una fragilidad extraordinaria. Es frágil --como hemos insinuado- frente a los elementos naturales. Es frágil frente a los elementos humanos. Los tripulantes de los remolcadores del Hudson no pueden estar más que media hora en huelga: no pueden dejar de ganarla, porque de ellos depende una gran parte del aprovisionamiento de la ciudad y todo el movimiento del puerto. Una huelga de los empleados de los ascensores es apenas concebible. Sería una especie de colapso nacional. Los servicios administrativos han de ser fatalmente, pues, de una rara complejidad. (Por ejemplo: Nueva York, esta ciudad de sedientos, no tiene totalmente resuelto el problema del agua; una parte del abastecimiento depende de la lluvia, como se demostró en el curso de la crisis del agua de 1949, hoy en parte superada.) Estos y otros muchísimos aspectos frágiles que presenta esta aglomeración pueden sólo tenerse a raya con  una gran disciplina nacida del consentimiento activo general, más que de la imposición externa de un mando. Esta disciplina es factible y surge espontáneamente, porque las diferencias de clases son aquí mucho menos acusadas que en otras partes.

INCIPIT 767. EL VANO AYER / ISAAC ROSA

En las páginas de un libro: oculta entre la páginas de un libro, tenaz como flor desecada y en su interior prisionera de aniversarios o lecturas memorables; en la página cuatrocientos veintisiete, cincuenta y tres, ciento dieciséis, doscientos cuatro, en cualquier página de cualquier libro abandonado en los estantes superiores a la espera de un moroso rescate (el acceso es fácil: biblioteca pública, y un torniquete de entrada, cuchicheos de estudiantes y sudor industrial, los catálogos siempre en proceso de actualización, el ecuménico Sistema de Clasificación Decimal Universal, orden pervertido por el descuido del funcionario, por la trampa de quien cambia de lugar los libros favoritos), Ciencias Sociales, Historia de España, Siglo Veinte: el título puede ser elegido al azar o fruto de varios meses de dedicación. Una vez escogido, podemos ayudamos de una lectura minuciosa y discriminadora o confiarnos a un veloz ojeo al índice onomástico en el que seleccionar aquellos nombres menos mencionados, y entre éstos los desconocidos, los completamente desconocidos, los olvidados, centrar la atención finalmente en uno de ellos y probar suerte: tirar de la lengüeta adjunta, del pliegue que inaugure un nuevo libro, un rincón poco frecuentado, invisible por pequeño o por gigante

INCIPIT 766. CERO K / DON DELILLO

Todo el mundo quiere apropiarse del fin del mundo. Me lo dijo mi padre, de pie junto a las ventanas francesas de su despacho de Nueva York; gestión privada de la sanidad, fondos fiduciarios dinásticos, mercados emergentes. Estábamos compartiendo un punto temporal curioso, contemplativo, y ese momento estaba rematado por sus gafas de sol vintage, que traían la noche al despacho. Examiné las obras de arte de la sala, abstractas de distintos estilos, y empecé a entender que el silencio prolongado que había seguido a su comentario no nos pertenecía a ninguno de los dos. Me acordé de su mujer, la segunda, la arqueóloga, la mujer cuya mente y cuyo cuerpo deteriorado pronto empezarían a adentrarse, de forma programada, en el vacío.

Aquel momento me volvió a la cabeza unos meses más tarde y a medio mundo de distancia. Estaba sentado, con el cinturón de seguridad puesto, en el asiento de atrás de un coche blindado de cinco puertas con las ventanillas 

DE LA BURGUESIA

En Nueva York la gente tiene la obsesión del paquete, del envoltorio, generalmente admirable, muchas veces aparatoso, que envuelve la cosa comprada o recibida. Hacer paquetes, buenos paquetes, perfectos, admirables, es una cosa típica de la civilización burguesa y, por lo tanto, ésta es una cosa típica de los americanos -que, en definitiva, son unos señores que se han tomado a su clase en serio--. En Europa el burgués ya no tiene fuerza siquiera para llamarse burgués. Es un ser humano que se avergüenza de ser de su clase, que no se atreve a llamarse burgués, que tiembla ante un tipo cualquiera que, por estar muerto de hambre, le ridiculiza. La burguesía europea no es ya ni carne ni pescado: a veces, generalmente, es socialista; otras veces, muerta de miedo, defiende una fórmula mágica de política cualquiera. Este estado de espíritu ha contribuido a su definitivo arrasamiento, porque ha sido arrasada por la derecha y por la izquierda. La falta de autenticidad de la burguesía ha creado la Europa ficticia que estamos contemplando, si se exceptúa Inglaterra, que se está formando como un nuevo país, y la Alemania occidental, que por el mero hecho de tener un Ministerio de Economía liberal, ha creado una recuperación inmensa. Y Suiza, desde luego, que es el último país de Europa en que existen burgueses auténticos.

WASHINGTON SQUARE

Fin de semana en Nueva York, Josep Pla, p. 176-177
Todo en el lugar recuerda Holanda y Londres. Las casas que hay en la franja norte del square son de un delicioso rojo holandés. Los árboles que lo sombrean son viejos y macilentos, exactamente iguales a los que se ven en los lugares londinenses similares. La arquitectura que lo rodea es del más puro estilo colonial anglosajón, igual que la arquitectura inglesa del tiempo, pero más seca, más sencilla, más puritanificada. La arquitectura que en esta ciudad puede compararse con su similar europea no es nunca tan hinchada ni tan elocuente, contiene siempre menos elementos inútiles. «Washington Square –escribe James- exhala una especie de calma estable que se encuentra raramente en esta ciudad vibrante; su aspecto muestra una madurez, una dignidad, un bienestar que se deben, sin duda, a que el lugar fue el centro ya histórico de una sociedad, de lo que carecen los barrios más suntuosos.” Es exacto.

El lector dirá quizá que venir a Nueva York para hablar de estos lugares tocados de decrepitud y de calma es romper totalmente con una tradición literaria europea que exige hablar de esta ciudad con un léxico crispado, calenturiento y alocado. Quizá, sin embargo, una gran parte de la información que yo traía ha resultado, si no totalmente falsa, al menos insoportablemente exagerada. He encontrado en la ciudad tantas cosas del norte de Europa que, si se exceptúan los rascacielos, que hacen que Nueva York sea una pieza única, nada de lo demás me ha dado una sensación de desplazamiento a un país exótico y extraño. Es ridículo que yo hable de América en términos generales, pero tengo la vaga intuición - y las intuiciones han de ser perdonadas- que ésta es la ciudad de América más profundamente europea, más acercada a nuestros gustos y a nuestros hábitos mentales. Para trabajar hay que venir a Nueva York de joven; para ver bien la ciudad hay que conocer el norte de Europa y tener algunos años.

NYPL. 1950

Un fin de semana en Nueva York, Josep Pla, p. 167-168
La Biblioteca Pública de Nueva York es un edificio bajo, abrumado por las estructuras verticales que en el espacio circundante le rodean. Ocupa, unida a un pequeño parque adyacente -el Bryant Park, en el cual la gente modesta del barrio y los obreros van a tomar el fresco del crepúsculo-, cuatro bloques de casas entre las calles 40 y 42. El vestíbulo o salón de los pasos perdidos contiene un enorme fichero metálico, con la clasificación decimal de los libros. Fichero absolutamente libre para la persona que desea consultarlo. Unas señoritas reciben las papeletas de los libros que se piden.
-¿Cuántos libros contiene la biblioteca? –pregunto a una señorita.
-Estamos llegando a los seis millones de ejemplares -me contesta.
-Pero sospecho que no los tendrán todos aquí. Aquí probablemente no cabrían -le digo riendo.
-¡Claro! Ésta es una biblioteca que tiene dos caras. Es una biblioteca fija y una biblioteca circulante. La biblioteca fija depende de la ciudad de Nueva York, es propiedad de la ciudad. La biblioteca circulante está mantenida con los fondos de la Institución Carnegie. Como biblioteca circulante, es el centro de donde se alimentan otras cincuenta bibliotecas esparcidas por los barrios de la ciudad. Un servicio permanente de camiones sirve cada día las demandas de las otras bibliotecas.
-¿Sirven solamente libros en inglés?
-Servimos libros en la lengua, a poder ser, que nos piden, y servimos preferentemente los temas literarios que consideramos más adecuados a las bibliotecas del barrio a que van destinados. En Harlem prefieren libros de tema negro; cosa que sería difícil de imaginar en los espacios de la ciudad ocupados por oriundos escandinavos, alemanes, húngaros o irlandeses. El inmenso éxito de la biblioteca de Nueva York se basa en el respeto más absoluto al origen y a la lengua de sus lectores. Sería ridículo que aquí hubiera exclusivismos lingüísticos.
-Deben ustedes de recibir grandes cantidades de libros europeos ...

-Prácticamente recibimos todo lo que se edita en Europa, y de todos los lugares donde se editan libros, en proporción a las demandas, se entiende.

I+D+i

Fin de semana en Nueva York, Josep Pla, p. 163
Estos pintores, escritores e intelectuales de esta parte del mundo son furiosamente antiamericanos hasta tanto no les compran un cuadro en Nueva York o no traducen su novela o no les invitan a dar unas conferencias. Los Estados Unidos son muy ricos y, precisamente porque lo son, tienen ya, tendrán en el futuro, una vida intelectual potentísima. La vida intelectual en la pobreza es inconcebible.
Es muy posible que las personas dotadas de reflexión y de observación que en otras épocas se dedicaron, en este continente, a crear las maravillas que este continente, a pesar del instinto suicida que ha demostrado tener, contiene todavía, trabajen hoy en los laboratorios y centros de investigación de los Estados Unidos. El sentido de la corriente ha cambiado. Se vive hoy por otros conceptos. El cúmulo de reflexiones que subvenciona hoy la industria americana es de un volumen formidable.

Se suele presentar a los Estados Unidos como el país del reclamo, del anuncio, de la propaganda frenética. Pero ésta es una visión parcial de las cosas, y en este punto también me habían engañado. Aliado de toda esta actividad propagandística hay la otra parte: el laboratorio, la investigación, la ciencia. Un diferente grado de riqueza, una concepción distinta de la eficacia hacen que no puedan ser parangonados estos continentes en este aspecto. Pero aunque la base sea distinta, hay un factor que no puede ser olvidado: en Europa, además de la pobreza, hay un factor de pereza mental, de desidia, de petulancia, de ignorancia, que hace que entre los Estados Unidos y algunos países de aquí el abismo sea insondable. Una vez aquí, se tiene la sensación de que en estos países la pereza mental es cultivada y fomentada deliberadamente. 

INCIPIT 765. LA COPA DORADA / HENRY JAMES

Libro primero
El Príncipe
PARTE PRIMERA
1

Cuando pensaba en ello, el Príncipe se daba cuenta de que Londres siempre le había gustado. El Príncipe era uno de esos romanoss modernos que encuentran junto a las orillas del Támesis una imagen más convincente de la fidelidad del antiguo estado que la que había dejado junto a las orillas del Tiber. Formado en la leyenda de aquella ciudad a la que el mundo entero rendía tributo, ve1a en el actual Londres, mucho más que en la contemporánea Roma, la verdadera dimensión del concepto de Estado. Se decía el Príncipe que si se trataba de una cuestión de lmperium, y que si uno quería, como romano, recobrar un poco ese sentido, el lugar al que debía ir era al Puente de Londres, y mejor aún, si era en una hermosa tarde de mayo al Hyde Park Comer. Sin embargo, a  ninguno de estos dos lugares, al parecer, centros de su predilección, había guiado sus pasos en el momento en que le encontramos, sino que había ido a parar, lisa y llanamente a Bond Street, en donde su imaginación, propicia ahora a ejercicios de alcance relativamente corto, le inducía a detenerse de vez en cuando ante los escaparates en los que se exhibían objetos pesados y macizos, en oro y plata, en formas aptas para llevar piedras preciosas o en cuero, hierro, bronce, destinados a cien usos y abusos, tan apretados como si en su lmpérial insolencia, fueran el botín de victorias alcanzadas en  lejanos pagos. Sin embargo, los movimientos del joven Príncipe en manera alguna revelaban atención, ni siquiera cuando se detenía al vislumbrar algunos rostros que pasaban por la calle junto a él, bajo la sombra de grandes sombreros con cintajos ni otros todavía más delicadamente matizados por las tensas sombrillas de seda, sostenidas de manera que quedaban con una intencionada inclinación casi perversa, en los coches del tipo victoria que esperaban junto a la acera

INCIPIT 764. EL RUIDO DEL TIEMPO / JULIAN BARNES

Sucedió en medio de la guerra, en un andén tan plano y polvoriento como la interminable llanura que lo circundaba. El tren parado había salido dos días antes de Moscú, rumbo al este; le quedaban dos o tres más de trayecto, dependiendo del carbón y de los movimientos de tropas. Era poco después del amanecer, pero el hombre -en realidad, sólo un semihombre- ya se estaba impulsando hacia los vagones de asientos más cómodos en un carrito bajo con ruedas de madera. La única manera de dirigirlo era tirar del borde frontal del artilugio, y para impedir que volcara, el hombre llevaba, atada con un lazo a la pretina de sus pantalones, una cuerda que pasaba por debajo del carrito. Tiras de tela ennegrecidas le envolvían las manos y tenía la piel curtida de mendigar por las calles y las estaciones. Su padre había sido un superviviente de la guerra anterior. Bendecido por el cura del pueblo, se había ido a luchar por la patria y el zar. Para cuando volvió, el cura y el zar ya no estaban, y la patria ya no era la misma. Su mujer había gritado al ver lo que la guerra había hecho con su marido. Ahora había otra guerra y había vuelto el mismo invasor que antes, con la salvedad de que los nombres habían cambiado

LA QUINTAESENCIA

Fin de semana en Nueva York, Josep Plá, p. 151-152
La quintaesencia de una civilización comercial
Trabajar en Nueva York y vivir en estas casas situadas a veinte millas de la ciudad, debajo de estos bosques, en medio de este silencio, me parece una concepción muy bien entendida de la vida. Aunque el trabajo en la ciudad es duro y difícil, de una evidente nerviosidad, la compensación es manifiesta. ¿Es que las personas más templadas de Europa, las más equilibradas, viven de una manera diferente? Yo no conozco nada de América. He visto en tres días la ciudad de Nueva York por las cubiertas. Me ha asaltado desde el primer momento una duda. Los libros que he leído, los papeles que he ojeado, las conversaciones que he tenido, me hablan de un pueblo frenético,· nervioso, activísimo. La actividad no puede negarse. La eficiencia es indiscutible. Pero en mi ánimo queda flotante esta pregunta: ¿trabajan más los americanos, cada uno en su terreno, que los europeos? ¿Descansan más los americanos que los europeos? Difíciles cuestiones. Desde luego, me parece claro y evidente que los americanos no pierden el tiempo, no desgastan sus nervios en la inmensa cantidad de problemas inútiles, absurdos, puras creaciones de una burocracia parasitaria en que estamos metidos los europeos. La gente paga mucho. El fisco es implacable. Pero a la gente se le respeta la iniciativa y la actividad. Si hay que pagar, se discute, y se paga. Pero se paga siempre cuando el que cobra devuelve el dinero. ¿Es éste el caso de Europa? ¿Es éste el caso de los países que conocemos? Lo dudo.

Nueva York produce una ebullición mental tremenda a las personas medianamente sensibles precisamente porque plantea a cada momento los problemas elementales de nuestro continente, que no solamente no están resueltos, sino que han emprendido un camino en que jamás serán resueltos. Nueva York fatiga. Fatiga de una manera abrumadora. Uno compara. Esto es un león todavía. Europa es un león devorado por legiones de parásitos diversos. La sensación de fracaso que siente el europeo -de fracaso radical, abrumador- es tremenda. Aquí uno siente el liberalismo y la burguesía en su autenticidad. En Europa es una clase que no es ni carne ni pescado, una clase que se avergüenza de llamarse burguesía por considerarlo un estigma. La burguesía, en los países que habitamos, no aspira más que a crear el montepío de la burguesía y a que le den la vejez, el subsidio a la vejez. La pereza mental es profunda y completa. Es pura carne de horca del comunismo. Esta tendencia es fomentada por la mayoría de los estados europeos sistemáticamente. 

PLA

Fin de semana en Nueva York, Josep Plá, p. 29-30
La comida, la siesta (que aprovecho para leer un poco), las conversaciones que me depara el azar, la contemplación del mar al atardecer, las puestas de sol, el crepúsculo, la cena, el bar. Como puede apreciar el lector, el dolce far niente es absoluto. Por eso son tan saludables las travesías por mar. No se puede pedir más: la relajación es total. Por otra parte, el camarote, que dispone de un magnífico sistema de aire acondicionado, es acogedor y se está en él muy a gusto. No recuerdo haber pasado unos días de canícula más frescos y agradables que los de estas singladuras atlánticas. En realidad, la única obligación importante es ir atrasando el reloj a medida que avanzamos hacia poniente y según la situación geográfica en la que nos vamos encontrando sucesivamente. Pero, como nunca he tenido reloj, estoy liberado incluso de esta obligación.
Así pues, vamos descansando ...
Realmente soy de los que creen -por la experiencia de este y de otros desplazamientos- que se puede descansar en el curso de un viaje por mar. Claro que descansar es también otra idea subjetiva, muy personal. En realidad, los únicos seres susceptibles de descansar son los que han nacido absolutamente descansados. De todos modos, en un barco se pueden hacer tres cosas que descansan realmente ... sobre todo si se ha conseguido vivir en cierto aislamiento. Estas cosas son: mirar el mar, mirar la larga estela de espuma que deja el barco y contemplar las puestas de sol. Son cosas que descansan no solamente porque son tres espectáculos gratuitos, sino porque infunden en el espíritu una situación de calma que encaja divinamente.

El mar es inasible. Cuando uno intenta adjetivado de la mejor manera que sabe, aparecen indefectiblemente, en la punta de la pluma, los adjetivos de los románticos: el mar inmenso, ilimitado, la calma inefable del mar, la luna en el mar, el mar tempestuoso, que es cuando le pone a uno los símbolos genitales por corbata. Pero después de formular estos lugares  comunes y algunos más, pocos, y el repertorio se agota, resulta que no hay nada más que decir y la decepción es total. 

INCIPI 763. FIN DE SEMANA EN NUEVA YORK / JOSEP PLA

De Cádiz a La Habana
La motonave Guadalupe, de la Transatlántica, zarpó de Cádiz rumbo a La Habana y a Nueva York a las cinco y media de la tarde del día 3 de agosto de I954

La rada de Cádiz es espaciosa y tiene una curva muy bella, muy suave; pero, al empezar a navegar, la luz era tan fuerte, tan pegajosa y pastosa que casi no se veía nada. A contraluz, y como puesta en la boca de un horno, se veía el perfil de la ciudad, muy roto: lo que en el país llaman «afiligranado». Los arenales del sur de la ciudad, los blancos de San Fernando, de La Carraca y del Puerto de Santa María tenían una cualidad gelatinosa, casi líquida, en la luz deslumbrante y pesada. El cielo estaba azul pálido, un azul vaporoso a la luz del sol. Navegada la fabulosa curva de caracol de la bahía, el Guadalupe puso proa al cabo de San Vicente. Al norte, la costa gaditana, la desembocadura del Guadalquivir, el litoral de Huelva --costas bajas-se perdían en la inconsistencia de la atmósfera, en una bruma bochornosa, de color amarillento de esparto dorado.

INCIPIT 762. LA NIÑA DEL PELO RARO / DF WALLACE

ANIMALITOS INEXPRESIVOS
Es 1976. El cielo está encapotado y lleno de nubes grises. Son unas nubes bulbosas, arrugadas y brillantes. El cielo parece un cerebro. Debajo del cielo hay un campo azotado por el viento. Una autopista blanquecina se extiende junto al campo. Pasan muchos coches. Uno de los coches se detiene al lado de la autopista. Dos niños pequeños salen del coche, acompañados por una mujer joven con cara de palo. Al volante hay un hombre que mira fijamente hacia delante. Los niños están callados y tienen la piel muy pálida. La mujer lleva algo pesado dentro de una bolsa de la compra. Sostiene la bolsa con cara inexpresiva. Lleva a los niños pálidos y la bolsa hasta el poste de una cerca de madera que hay en el campo, junto a la autopista. Los niños tienen las manos pequeñas y las colocan sobre el poste. La mujer les dice que sigan tocando el poste hasta que vuelva el coche. Ella entra en el coche y se marcha. Hay una vaca en el campo, junto a la cerca. Los niños tocan el poste. El viento sopla. Pasan muchos coches. Se quedan allí todo el día.

Es 1970. Una mujer con el pelo de color rojo intenso está sentada a varias filas de distancia de la pantalla de un cine. A su lado se sienta una niña con un vestido. Acaba de empezar una   película de dibujos animados. Los ojos de la niña se meten en los dibujos. Detrás de la mujer solo hay oscuridad. Un hombre se sienta a su lado. Se inclina hacia delante. 

JARDIN DEL EDEN

De Vineland, Pynchon, p. 161
Esto es importante, así que escucha. Ocurre en el Jardín del Edén. Entonces, hace mucho, no había hombres. El paraíso era femenino. Eva y su hermana, Lilith, estaban solas en el Jardín. Después colaron en la historia a un tipo llamado Adán, para que los hombres parecieran más legítimos, pero de hecho el primer hombre no fue Adán ... fue la Serpiente.
-Me gusta esta historia -dijo Takeshi, acurrucándose sobre la almohada.

-Fue el hombre, sórdido y escurridizo -prosiguió Rochell. Quien inventó el “bien” y el “mal”, cuando hasta entonces las mujeres se habían conformado simplemente con ser. Entre otros timos, los hombres nos convencieron de que éramos administradoras naturales de ese asunto de la moral, que acababan de inventar. Nos metieron a la fuerza en el desastre que habían hecho de la creación, toda subdividida y etiquetada, nos dieron las llaves de la iglesia y ellos se fueron a los salones de baile y los puticlubes. En fin ... detrás de esas gafas de Osear Goldman de pacotilla pareces lo bastante listo como para comprender que me estoy refiriendo a Louise Darryl. Por mucho que se distancie personalmente de la gente, no le será fácil andar por ahí fuera contigo, porque nunca le ha sido fácil, y tal vez no estuviera mal que de vez en cuando le dedicaras algún pensamiento simpático. 

DEL SOCIALISMO

Mauricio o las elecciones primarias, p. 55-56
-Precisamente. El partido socialista es el partido de los fracasados y los zascandiles como nosotros. Primero quisimos hacer la revolución y al final nos hemos quedado con el Estado del bienestar. Yo voto socialista, por supuesto; los demás son peores. Incluso es posible que el PSOE vuelva a ganar. Pero como ganará por el voto de los inútiles, lo seguirá haciendo fatal y durará poco. Bebió un sorbo de cerveza y continuó: El partido socialista se basa en la falta de ideales. Ni la santa tradición ni la revolución permanente. Sólo gestión y distribución. Poco estimulante, salvo que sea novedoso, como en España. Todo nos parece bien comparado con lo que hemos tenido. Pero cuando nos acostumbremos, veremos que detrás de la práctica diaria no hay nada. Peor aún: le veremos las interioridades al partido y no nos gustarán. Un gobierno sin ideología ha de mantener un nivel muy alto de eficiencia y de honradez, y eso no está al alcance de nadie. En cuanto hayan puesto la casa en orden y la gente vea que poco o nada cambia, vendrán las viejas retóricas y los harán a un lado. Embarcarse con ellos es ir de cabeza al fracaso. Esto por lo que se refiere a los socialistas en general. Aquí el panorama es aún peor. Cataluña es ingobernable. Durante siglos hemos funcionado a nuestro aire, sin estamento político, y no estamos preparados para encajar en una estructura de poder. Estamos acostumbrados a vivir en la periferia de un Estado incompetente y a sobrevivir a base de pactos secretos, acuerdos tácitos y chanchullos disimulados, bajo el velo de un  nacionalismo sentimental, autocompasivo y autocomplaciente. En Cataluña la política es un circo de pulgas para un público embrutecido por el fútbol y el virolai. Jordi Pujol entiende la situación y por eso gana y volverá a ganar. Su partido no es tal partido, sino una asociación de hombres de negocios que dirigen el país como lo que es: un negocio.

INCIPIT 761. EL PRINCIPIO / JEROME FERRARI

POSICIÓN 1: HELGOLAND
Tenía usted veintitrés años y allí, en ese desolado islote donde no crece ni una flor, disfrutó por primera vez de la ocasión de mirar por encima del hombro de Dios. No hubo milagro alguno, por supuesto, y en verdad, nada que se pareciera ni por asomo al hombro de Dios pero, para relatar lo que ocurrió esa noche solo cabe elegir, lo sabe usted mejor que nadie, entre una metáfora y el silencio. Para usted, fue primero el silencio, y el asombro de un vértigo más precioso que la felicidad.
No podía dormir.
Esperó, sentado en lo alto de un pico rocoso, a que el sol se alzara sobre el mar del Norte.
Y así le imagino hoy, con el corazón palpitando de noche en la isla de Helgoland, tan vivo que casi podría reunirme allí con usted, usted cuyo nombre, perdido en la monotonía de una interminable bibliografia entre muchos otros nombres alemanes, solo fue para nú el de un extraño e incomprensible principio.

Desde hacía tres años, en  Munich, en Copenhague, en Gotinga, se enfrentaba a problemas tan espantosamente complicados que incluso el joven ingenuo y optimista que era usted entonces tuvo que maldecir a veces, como sus camaradas de infortunio, el día en que se le ocurrió la descabellada idea de dedicarse a la fisica atómica. 

INCIPIT 760. INCENDIOS RICHARD FORD

En el otoño de 1960, cuando yo tenía dieciséis años y mi padre llevaba sin trabajo algún tiempo, mi madre conoció a un hombre llamado Warren Muler y se enamoró de él. Esto sucedió en Great Falls, Montana, en la época del boom del petróleo en Gypsy Basin, adonde mi padre nos había llevado en la primavera de aquel año desde Lewiston, Idaho, en la creencia de que la gente -gente modesta como él- estaba haciendo dinero en Montana -o lo haría muy pronto-, y con el deseo de llevarse un trozo del pastel mientras duraran los buenos tiempos, antes de ·que todo se fuese al traste y se esfumase en el viento.

Mi padre era golfista. Profesor de golf. Había ido a la universidad, pero no a la guerra. Y desde 1944, el año en que yo nací y dos años después de casarse con mi madre, había trabajado dando clases de golf en pequeños clubes residenciales y campos públicos de las ciudades cercanas a donde él había crecido, en la zona de Colfax y las Palouse Hills, al este del estado de Washington. Y por aquel entonces, durante los años en que yo estaba creciendo, vivimos en Coeur d'Alene y McCall, Idaho, y en Endicott y Paseo y Walla Walla

MENTIRA

Incendios, Richard Ford, p 75-76
Pero, hubiera lo que hubiere, había valido una mentira. Mi madre había mentido a mi padre, y también yo. Y quizá Warren Miller también había mentido a alguien. Y, si bien sabía perfectamente lo que era una mentira, ignoraba si existía alguna diferencia cuando quienes mentían eran los adultos. Posiblemente importaba menos en ellos, ya que, en su universo de relaciones, la verdad acababa haciéndose evidente a todo el mundo. Mientras que para mí -dado que no había hecho en la vida nada que sirviera de referencia de mi persona- importaba mucho más. Así, sentado en mi pupitre en la fría tarde de octubre, traté de imaginar una vida feliz para mí y una vida feliz y alegre para mis padres cuando todo aquello hubiera acabado, tal como auguraba mi madre. Pero en lo único que logré pensar fue en mi padre diciéndome: “¿Sí? ¿Sí, Joe? ¿Estás ahí?”, y en mí mismo diciéndole: “Adiós.”

EL FONDO DE LAS COSAS

El principio, Jêrome Ferrari, p. 34
Me resulta difÍcil comprender qué significa pensar, me cuesta comprender ya el lenguaje de los hombres más allá del cual se extiende el principio, pero dado que hay que expresarlo en el lenguaje de los hombres, lo haremos así: la velocidad y la posición de una partícula elemental están relacionadas de tal forma que la precisión en la medida de una comporta una  Incertidumbre, proporcional y perfectamente cuantificable, en la medida de la otra.
Si decidimos determinar exactamente la posición, nuestra ignorancia de la velocidad se vuelve literalmente infinita, cosa  que no significa que esa velocidad exista y que no la conozcamos sino que el concepto de velocidad queda en tal caso desprovisto de un sentido preciso.
Si determinamos la velocidad, lo que se vuelve impreciso es la posición, como si el electrón se extendiera en el espacio para llenarlo enteramente, hasta sus menores rincones.
La velocidad y la posición son por lo tanto puras virtualidades que solo adquieren más o menos realidad objetiva en el momento de la medición, y nunca a la par.

Pero lo que el lenguaje de los hombres expresa con tanta torpeza se puede comprender de inmediato en una ecuación de una concisión y de una simplicidad tales que ocultan la toxicidad de la misma. Puesto que mucho antes de tomar la forma de las desigualdades matemáticas a las que debe su incomparable belleza, el principio consistió primero en su convicción de que nunca llegaremos al fondo de las cosas, no en virtud de una maldición o de la debilidad de  nuestras facultades, sino por la razón definitiva y radical que, justo antes de despedirse de mí, la joven profesora, tendida hacia mí por encima de la mesa que me protege de su furor y de su indignación, me revela en ese instante: porque las cosas no tienen fondo.

INCIPIT 759. PALABRAS MAYORES : NUEVA NARRATIVA MEJICANA

Para apaciguar la alicaída espera del lunes, un domingo, mis padres decidieron que iríamos al cine. Aunque mi madre quería escapar esa tarde de la emergente zona residencial al norte de la Ciudad de México -donde abundaban los terrenos baldíos, las ciudades perdidas y los edificios de interés social-, mí padre estaba cansado. No hubo tiempo para escoger la película, nuestro viaje tenía ya un destino seguro, no importaba la cartelera. El cine Futurama era el coloso de la zona y en la penúltima función le hizo honor a su nombre. En una distopía situada en la ciudad de Los Ángeles, año 2019, tuvo lugar el primer llamado de mi vida sexual. Pasaron los días y me di cuenta de que no podía quitarme esas imágenes de la cabeza. Creí entonces que en algo así consistía el amor.

En la pantalla el teniente Deckard está a punto de ser asesinado por uno de los replicantes a los cuales persigue, cuando Rachel –otro modelo replicante- dispara en contra de ese tecno-organismo de su misma especie para salvarlo. Corte. Estamos en el departamento de Deckard, Rachel está ahí también. Ella sabe que es el hogar del cazador y ella es parte de los  perseguidos. Pero él está en deuda, por lo que ella le confiesa su plan y le hace una pregunta. Se trata de desaparecer, de huir: «si me fuera al norte, ¿me perseguirías?». La deuda establece un contrato: «no, no lo haría, sin embargo, alguien más lo haría en mi lugar» .

WIKIPEDIA

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