Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 293. EL AMOR DEL ULTIMO MAGNATE / FS FITZGERALD


   Nunca he salido en películas, pero crecí con el cine. Rodolfo Valentino estuvo en la  fiesta de mi quinto cumpleaños, o porlo menos eso me contaron. Digo esto solo para explicar que, antes incluso de tener uso de razón, estaba en una posición que me permitía ver cómo funcionaba la industria del cine. 
   Pensé escribir mis memorias, «La hija del productor», pero a los dieciocho años este tipo de proyectos nunca se realizan. Mejor, pues habría resultado algo tan soso como las antiguas columnas periodísticas de Lolly Parsons. Mi padre estaba en el negocio del cine como cualquier otro podía estar en el del algodón o en el del acero, y yo me lo tomaba con tranquilidad. En el peor de los casos, aceptaba Hollywood con la resignación que un fantasma acepta su casa  embrujada. Sabía lo que debía pensar al respecto, pero me obstinaba en no  horrorizarme. 
   Esto es fácil de decir, pero otra cosa es hacérselo comprender a la gente. Cuando estaba en Bennington, algunos de mis profesores fingían indiferencia hacia Hollywood y sus cosas, pero en realidad lo odiaban. Y lo odiaban en lo más profundo de su ser, como una amenaza contra su propia existencia. Tiempo atrás, cuando estuve en un colegio religioso, una dulce monjita me pidió que le facilitara un guión para  «enseñar a su clase cómo escribir para el cine», como ya lo había hecho con el ensayo y el cuento. Le conseguí uno y supongo que, con perplejidad, lo estudió y lo volvió a estudiar; pero nunca lo mencionó en clase. Luego me lo devolvió como sorprendida y ofendida, sin hacer ningún comentario. Eso es, más o menos, lo que espero que suceda con esta historia.

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