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En Tebaida, en lo alto de una montaña, sobre una plataforma que parece una media luna, rodeada de grandes piedras.
La cabaña del Ermitaño ocupa el fondo. Es de barro y cañas, con el techo bajo, sin puerta. Se distingue en el interior un pan negro sobre un cántaro; en medio, sobre una estela de madera, un gran libro; en el suelo, aquí y allá, hilos de esparto, dos o tres esteras, una cesta, un cuchillo.
A diez pasos de la cabaña, hay una gran cruz plantada en la tierra; y, al otro extremo de la plataforma, una vieja palmera torcida se inclina sobre el abismo, porque la montaña está cortada a pico, y el Nilo parece formar un lago en el fondo del acantilado.
El paisaje se ve limitado a derecha e izquierda por un cerco de rocas. Pero del lado del desierto, como si se tratara de playas que se sucedieran, aparecen unas tras otras, subiendo siempre, inmensas ondulaciones paralelas de un amarillo ceniciento; más allá de la arena, a lo lejos, la cadena líbica forma un muro color yeso, ligeramente difuminado por vapores violetas.
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