De El olvido que seremos, de Héctor
Abad Faciolince, p. 93
Los hombres sentimos una honda
pasión natural que nos atrae hacia el misterio, y es una labor dura, y
cotidiana, evitar esa trampa y esa tentación permanente de creer en una
indemostrable dimensión metafísica, en el sentido de seres sin principio ni final,
que son el origen de todo, y de impalpables sustancias espirituales o almas que
sobreviven a la muerte física. Porque si
el alma equivale a la mente, o a la inteligencia, es fácil de demostrar (basta
un accidente cerebral, o los abismos oscuros del mal de Alzheimer) que el alma,
como dijo un filósofo, no sólo no es inmortal, sino que es mucho más mortal que
el cuerpo.
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