HABIA un corpulento olmo, que nacía en el mismo borde de la cuneta, a cuya sombra se detuvo el autobús. Se trata del único punto de sombra en toda la extensión que alcanza la vista, esto es, en todo el llano de La Portada , como dirá más adelante el señor Hervás, comentando sus impresiones de viaje con la señora Somer, que tiene la costumbre de no escucharle cuando el señor Hervás se alarga en innecesarias explicaciones. No es que la señora Somer se desinterese de algunos pormenores de los relatos del señor Hervás; por el contrario, es tal su interés por cuanto dice y pone tanta atención al escucharle que rara vez puede mantenerla más allá de un cierto rato, para sumirse a continuación en una atmósfera de ensueño de la que, con frecuencia, es arrebatada por un leve codazo de su yerno. Porque el señor Hervás jamás se tomará la libertad de despertarla; la respeta demasiado, asegura él, para intervenir en asuntos que sólo indirectamente le conciernen. Al señor Hervás nada le puede complacer más que sentirse el centro de toda reunión y, a pesar de que con frecuencia se verá traicionado por un entusiasmo que, al no poder ser permanentemente transmitido a sus interlocutores, degenera en una amable y cómplice condescendencia, su propia estimación le impide detenerse para
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