De Una vida absolutamente maravillosa, de Enrique Vila.Matas, p.528
El narrador de La habitación cerrada de Paul Auster, un hombre que en un momento determinado del libro es abandonado por las manos invisibles que construían la trama de su vida y se queda a merced de la intemperie y de una sensación de aislamiento inesperadamente angustiosa: «Eso era todo: Fanshawe solo en esa habitación, condenado a una soledad mítica, quizá viviendo, quizá respirando, soñando Dios sabe qué. Esa habitación, lo descubrí entonces, estaba situada dentro de mi cráneo».
Podría Auster haber dicho «estaba situada dentro de mi mente», pero prefiere hablar de un cráneo, quizá porque quiere ser muy concreto y un cráneo es un cráneo mientras que una mente es algo ligeramente más impreciso o etéreo, o bien porque quiere homenajear a un libro pariente del viaje interior del conde de Maistre: Viaje alrededor de mi cráneo, de Frigyes Karinthy, dramática historia (1938) de un hombre que cae enfermo cuando comienza a oír que unos trenes invisibles recorren sus tímpanos.
Soñando Dios sabe qué, Des Esseintes cultiva en su casa plantas que parecen metálicas y tiene como animal doméstico una tortuga a la que le ha pintado de oro el caparazón. Todo en su craneal mansión recuerda a un acuario. Cree mucho en ella, en la imaginación. Imagina, por ejemplo, que París no le da la espalda a la mar salada y entonces «la ilusión de estar en la playa deseada es innegable, absoluta y cierta».
A veces hasta resultan ridículos los que creen que es tan poderosa su imaginación, porque en realidad nada es tan rato ni difícil como parece y casi todo acaba siendo posible. ¿O acaso no quedaría Huysmans perplejo al ver que hoy en día, en verano, los muelles del Sena están llenos bañistas que vegetan en sus playas simuladas?
Fuera de su acuario casero, la única gran aventura emprendida por de Des Esseintes en Al revés es su viaje inmóvil a Inglaterra en el capítulo undécimo, viaje que es heredero directo de la odisea estancada del cuarto de Turín de De Maestre.
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