Nunca he sido lo que se diría un hombre llorón.
Mi ex mujer alegó que el motivo principal de la separación era mi “inexistente gradiente emocional”, (como si el tipo que conoció en las reuniones de Alcohólicos Anónimos no hubiera influido). Christy dijo que suponía que podía perdonarme por no haber llorado en el funeral de su padre, solo le había conocido seis años y no podía entender lo maravilloso y generoso que había sido (como cuando, por ejemplo, le regaló un Mustang descapotable por su graduación). Pero luego, cuando tampoco lloré en los funerales de mis propios padres -murieron con dos años de diferencia, mi padre de cáncer de estómago y mi madre de un inesperado ataque al corazón mientras paseaba por una playa de Florida-, empezó a comprender esa cosa del inexistente gradiente emocional. Yo era “incapaz de sentir mis sentimientos”, en lenguaje de AA.
-Jamás te he visto derramar ni una lágrima -me dijo ella, hablando con la monótona entonación que la gente emplea cuando está expresando el argumento definitivo que marca el final de una relación. Ni siquiera cuando me amenazaste con marcharte si no iba al centro de desintoxicación.
Esta conversación tuvo lugar aproximadamente seis meses antes de que ella recogiera sus cosas, las metiera en su coche, y se mudara a la otra punta de la ciudad con Mel Thompson. “Chico conoce a chica en el campus de AA.” He aquí otra frase de esas reuniones. No lloré cuando la vi partir.
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