De Vladimir Nabokov. Los años rusos, p.238
Si bien era consciente de que no tenía una educación universitaria ni estaba dotada para escribir, Vera Slónim era muy culta, inteligente, imaginativa. Al igual que Nabokov, tenía tendencia a la sinestesia, se deleitaba con nimiedades que era fácil pasar por alto, experimentaba un sentimiento de maravilla ante el mundo. Tenía muchísima memoria, especialmente para los recuerdos de la infancia y para todo lo que estuviera en verso. En quince minutos se aprendía de memoria un breve poema lírico y se sabía no solamente pasajes enteros de Pushkin y del Homero de Zhukovski, sino virtualmente todas las líneas de verso escritas por Nabokov. Este valoraba especialmente en ella el mejor sentido del humor de todas las mujeres a las que había conocido en su vida,
En otros aspectos es muy diferente de Nabokov. Se interesa por la política. Reconoce su disposición a ver el lado negativo de las cosas y las personas antes que el positivo, mientras que Nabokov, a pesar de sus ataques despiadados contra la vulgaridad, ya fuera tosca o refinada, creía en la bondad fundamental de la vida y ello influía en sus juicios. Rígida, resuelta, dotada de firme voluntad, Vera juzga a las personas con severidad y no tolera el menor asomo de póshlost o crueldad. De naturaleza suspicaz, siempre se ha asegurado de que podría defenderse a sí misma o defender a sus seres queridos. En Berlín llevaba una pistola encima.
Defensora celosa de su intimidad, Vera Nabokov nunca pretendió para sí misma la menor gloria en el éxito de su esposo. «Cuanto más fuera me deje usted», me indicó cuando empezaba a preparar el libro, «más se acercará a la verdad.» De hecho, en su dedicación a la literatura y a Vladimir Nabokov, Vera sería su esposa, musa y lectora ideal; su secretaria, mecanógrafa, editora, correctora de pruebas, traductora y bibliógrafa; su agente, administradora, asesora jurídica y chófer; su ayudante en la preparación de libros, su ayudante en la enseñanza y su suplente en la cátedra. Pero nunca, afirma ella, su modelo: Nabokov siempre «tuvo el buen gusto de no meterme en sus libros».
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