Del prólogo del hijo a El original de Laura de VN, p. 16-17
Y así, por fin, llegamos a Laura, y de nuevo nos surge el fuego. Durante los últimos meses de su vida en el hospital de Lausana, Nabokov trabajó febrilmente en este libro, impávido ante las bromas de los insensibles, los interrogatorios de ios bienintencionados, las conjeturas de los curiosos del mundo exterior, y asimismo impávido ante sus propios sufrimientos. Entre éstos una continua hinchazón debajo y alrededor de las uñas de los pies. A veces casi prefería librarse de ellas por completo que someterse a inciertas pedicuras de las enfermeras, y sentía el impulso irresistible de arreglárselas y buscar alivio escarbándoselas dolorosamente él mismo. Reconoceremos en Laura algunos ecos de este tormento.
Miraba el exterior soleado y comentaba suavemente que cierta mariposa había alzado ya el vuelo. Pero ya no habría más caminatas por las laderas cubiertas de hierba, red en ristre y con la obra gestándose en su cabeza. El libro seguía progresando, pero en el microcosmos claustrofóbico de un cuarto de hospital, y Nabokov empezó a temer que la inspiración y la concentración no pudieran ganar la batalla contra su salud en declive. Entonces tuvo una conversación muy seria con su mujer, en la que le dejó dicho que si moría antes de terminar Laura ésta tenía que ser pasto de las llamas.
Las mentes menos brillantes de entre las hordas de escribidores de cartas que habrían de caer sobre mí afirmaban que si un artista desea destruir una obra suya, por juzgarla imperfecta o incompleta, lo lógico era que procediera a hacerlo él mismo de forma limpia y previsora antes de que llegara su hora. Estos sabios olvidan, sin embargo, que Nabokov no quería quemar El original de Laura a toda costa, sino vivir lo suficiente para acabar las fichas que le faltaban para completar cuando menos un primer borrador. Se ha especulado también que Franz Kafka encargó deliberadamente a Max Brod que destruyese la reedición de La metamorfosis y otras obras maestras publicadas o inéditas, incluidas El castillo y El proceso, siendo perfectamente consciente de que Brod no tendría valor para llevar a cabo esa tarea (una estratagema bastante cándida en una mente tan valerosa y lúcida como la de Kafka), y que Nabokov había razonado de forma parecida al encomendar la destrucción de Laura a mi madre, alguien absolutamente de fiar y enormemente valiente. Las razones de su incumplimiento del encargo habría que buscarlas en la procrastinación —debida a la edad, a la debilidad, al inmenso amor por su esposo muerto.
Cuando la tarea pasó de mi madre a mí, reflexioné mucho sobre el asunto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario