Del Prólogo de JB a la primera edición de los Cuentos completos
Por uno de esos asombrosos arcanos que rigen el universo e informan sus apartados más remotos y nimios, ambos volúmenes han resultado del mismo número de páginas, lo que además de una ventaja editorial estimo que puede constituir el punto de partida de una reflexión crítica muy al gusto moderno; por ejemplo, que el espacio mítico es un complemento gemelo y contrapuesto al espacio mítico, que la escritura es la reacción en forma de texto a algo que necesita ser imaginario, que el texto es la reducción de un estado del pensamiento anterior a la obra, que hay dos textos, o tal vez tres, o que hay tantos textos cuantos se quiera.
El lector que esté ajeno a las modernas teorías textuales y a las recientes elucubraciones acerca de la escritura —más bien de las escrituras— espero que podrá encontrar algo de lo que buenamente se espera de toda lectura; esto es, emociones. Porque el otro no ya que, por lo general, las teorías textuales dejan una huella imperecedera y establecen, para siempre, la distancia insalvable que debe separar al científico del objeto de sus investigaciones. Hay que ser muy hombre, todo un hombre, para volver a recrearse ingenuamente con la lectura cuando se tiene en el haber propio una parte o la totalidad de una teoría textual. Con una parte ínfima basta; casi con un enunciado que, por lo demás, son raros. Porque, insisto, una lectura analítica de textos, de la mano de uno de los grandes maestros contemporáneos, imprime más carácter que el paso por la Legión.
[…]
Y entrando ya en un terreno más práctico incluso se ofrece al lector unas pocas páginas en inglés que, a pesar de no venir acompañadas de su traducción, pueden ser de utilidad para estudiantes de grado medio de esa lengua; su propia rusticidad me impide esperar que sean del mismo provecho para los que hayan alcanzado el grado superior
Con todo y con eso me queda la sospecha de que, a pesar de tratarse de una edición dirigida al hombre de la calle, en buena medida se apropiarán de ella los críticos, los doctos y los que, habiendo sido iniciados en la textología, no desean otra cosa que un motivo para practicarla. Porque o bien es que el hombre de la calle compra pocos libros para leer (un concepto que debe tener algún parentesco con aquella «merluza para freír», señalada en los menús de las viejas tabernas) o bien es que, por una de esas faltas de discernimiento que llevan al hombre hasta la manía persecutoria, yo ya no veo ms que críticos, doctos y textólogos. Sit Regionis terra sibi levis,
Juan Benet, enero de 1977,
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