La enorme manecilla negra del reloj sigue inmóvil, pero está a punto de hacer su ademán de cada minuto; ese elástico sobresalto pondrá todo un mundo en movimiento. El rostro del reloj se apartará lentamente, lleno de desesperación, desprecio y tedio, mientras las columnas de hierro, una a una, comenzarán a pasar ante nosotros, llevándose consigo la bóveda de la estación, como suaves atlantes; el andén comenzará a alejarse, y con él irán hacia un destino desconocido colillas, billetes usados, puntos de luz solar y saliva; un carrito de equipaje se deslizará ante nuestra vista sin que sus ruedas dejen de estar inmóviles; y tras de él irá un kiosco de periódicos cubierto de revistas de seductoras portadas: fotografías de bellezas desnudas, color gris perla; y la gente, la gente, la gente del andén móvil, moviendo también ellos los pies sin salir de su inmovilidad, dando largos pasos hacia adelante y retirándose al mismo tiempo, como en un agonizante sueño lleno de increíble esfuerzo, náusea, presas las pantorrillas de una algodonada debilidad, se inclinará hacia atrás, hasta caer casi boca arriba.
Había más mujeres que hombres, como ocurre siempre en las despedidas. La hermana de Franz, en sus mejillas tenues la palidez de la hora temprana y un desagradable olor a estómago vacío, envuelta en una esclavina a cuadros que se diría impropia de una chica de ciudad; y su madre, pequeña, redonda, toda de marrón como un pequeño monje denso y prieto. Ved los pañuelos, ya empiezan a agitarse.
Y no sólo huyeron estas dos sonrisas familiares; no sólo se alejó la estación, llevándose consigo su kiosco de periódicos, su carrito del
2 comentarios:
Pocas cosas hay tan desoladoras como la partida de una estación. Pese al cariz lúdico o estival que pudiera tener algún viaje.
La descripción de esta escena lo visualiza muy bien. Toda una hilera de mobiliario y objetos en movimiento para el que parte, y una ingrata compañía para el que queda. No acompañan porque la estación es sitio de nadie.
Muchas gracias; pocas cosas hay mejores que leer a Nobokov
Pincio
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