De Correspondencia de Fradique Mendes, Eça de Queirós, p.255-256
Y a propósito de historia: mucho apruebo, mi estudiosa Clara, que estés leyendo al divino Buda. Dices, desconsoladamente, que apenas te parece «un Jesús muy complicado»; pero, amor mío, es necesario desescombrar a ese pobre Buda del denso aluvión de leyendas y maravillas que sobre él ha acarreado durante siglos la imaginación de Asia. Tal como fue desprendido de su mitología, en su desnudez histórica, nunca alma mejor visitó la tierra, y nada iguala como virtud heroica a la “Noche de la Renunciación”, Jesús fue un proletario, un mendigo sin
viña ni heredad, sin amor ninguno terrestre, que erraba por los campos de Galilea aconsejando a los hombres que abandonasen como él sus lares y sus bienes, descendiesen a la soledad y a la mendicidad para penetrar un día en el reino venturoso, abstracto, que está en los cielos. Nada sacrificaba él, e instaba a los demás al sacrificio, llamando a todas las grandezas humanas al nivel de su humildad. Buda, por el contrario, era un príncipe como suelen serlo los de Asia, de ilimitado poder, de ilimitadas riquezas; se casó con inmenso amor, y además tuvo un hijo en quien ese amor se sublimara más: y este príncipe, este esposo, este padre, un día, en sacrificio a los hombres, deja su palacio, su reino, la esposa de su corazón, su hijo dormido en la cuna de nácar, y bajo la tosca estameña del mendigo, va a través del mundo dando limosnas y predicando la renuncia a los deleites, el aniquilamiento de todo deseo, el ilimitado amor hacia los seres, el incesante perfecciona miento en la caridad, el fuerte desdén del ascetismo que se tortura, el permanente cultivo de la misericordia que redime, y la confianza en la muerte...
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