De Anastas o el origen de la Constitución, de JB
ANASTAS.
Sentaos todos. Así me gusta. Vamos a celebrar el primer Consejo de este Gobierno tan reciente como brillantemente formado. Un equipo de hombres jóvenes —técnicos en su mayoría—, perfectamente preparados y con una gran experiencia administrativa, se disponen a gobernar el país, atrozmente desmantelado por la cuadrilla de viejos e ineptos caciques que les precedieron. Los tiempos no cambian, pero sí los apelativos. Lo que se pide de ustedes, caballeros, no es poco: una mayor flexibilidad en el procedimiento, mejor compenetración entre los servicios, un tipo de inversiones con miras a equilibrar la balanza de pagos, atrozmente escorada. En lo posible olvidaremos el Fisco para atender a la Hacienda y en cuanto a la Industria cabe hacer dos cosas con ella: o fomentar su desarrollo, haciendo de tripas corazón, o suprimirla de raíz de una vez para siempre, visto que lo único que proporciona—además de mucha hambre— es un continuo dolor de cabeza. Particularmente yo me inclinaría, así pues, por desmantelarla, haciendo borrón y cuenta nueva. A ustedes les toca decidir. Lo anteriormente dicho vale igualmente para la Agricultura, el Comercio, la Instrucción Pública... Son cosas todas ellas caras y enojosas que, bien miradas, apenas aportan nada al bienestar público. Creo, señores, que con algo de habilidad por nuestra parte se podrán suprimir sin que nadie se aperciba de ello. Otra cosa muy distinta la constituyen las Relaciones Exteriores y el Ejército. Por lo que se refiere a lo primero podemos —si tal es el parecer de ustedes— continuar e intensificar nuestra anterior política de aislamiento hasta llegar a un grado de soledad dificilmente imaginable. Ello contribuirá en alto grado a simplificar el Comercio, las Aduanas, el cuerpo de Carabineros y el Diplomático, una partida de gandules que nos está dejando en la miseria. Con el cierre total de las fronteras podremos, además, incrementar el Ejército para tenerlas bien vigiladas. He oído que los haberes de la tropa son miserables. Si manteniendo el mismo presupuesto de Defensa, aumentamos los cuadros de oficiales y clases, todos tocarán a menos y cundirá el malestar; contra lo que la gente cree no hay como la estrechez y el malestar para mantener a la tropa en los cuarteles, jugando al naipe. Tal ha de ser nuestra línea general: ambiciosa, atrevida y optimista. Con semejante programa podemos mirar con franquía al porvenir; la patria rejuvenece y sonríe. En este sentido sólo una cosa me preocupa y es que desemboquemos en un exceso de bienestar. La prosperidad no es cosa de hombres. Y nada más. Con estas breves palabras, juiciosas y rotundas —como corresponden a tan providencial monarca— les he dado trabajo para meses, tal vez años. Ya pueden ustedes comenzar, y no alcen demasiado la voz porque quiero meditar sobre lo que se nos viene encima.
(ANASTAS se reclina sobre el Trono y, simulando dormir espía a sus MINISTROS.)
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