En una mesa vecina —yaya coincidencia!— estaban el pintor Raúl Soldi, su mujer, el crítico de arte Osvaldo Svanascini y el legendario cantaor y bailarín Miguel de Molina, toda una leyenda de España, casi al final de la cena ambas mesas se convirtieron en una sola. Noto que a Borges para nada le agradó esa uión. Dejamos de hablar de literatura para divagar sobre temas generales. Miguel de Molina, por demás verborrágico, no paró de contar anécdotas. Cuando algo le desagrada o se siente incómodo, Borges pide que lo acompañe para marcharse.- «¿Por qué no nos vamos, Alifano? —y muy en voz baja completa—. Ya no aguanto más».
- Cuando lo dejo en su casa, me dice que el bailarín y cantaor Miguel de Molina, que a mí me resulta divertido, le pareció insoportable y no dudó en calificarlo de «histrión insoportable».
- «Yo no sé cómo Soldi puede ser amigo de un imbécil como ese. Me recuerda mucho a García Lorca, quiere ser el centro de atención todo el tiempo. Pareciera que esta gente el único propósito que tiene es hacerse notar, sobresalir y agradar a los demás de manera forzada. Lorca era igual, parecía una mariposa. iba de un lugar a otro, imitaba voces, saltaba, si había un piano o una guitarra ponía a tocar. Yo estuve con él un par de veces y me abrumó con su exagerado histrionismo. ¿No le parece muy raro y desgastante todo ese exceso de afección en un solo hombre? A mí me parece una carga durísima de sobrellevar. ¿Y para qué, qué sentido tiene? En cambio me resultó una muy grata persona poeta Ángel González, un hombre bien ubicado y respetuoso. Es todo un caballero. Lo felicito por tener un amigo así».
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