—Papá...
Era mi hijo mayor, Louis, que
entonces tenía once años.
Mi padre habría dicho: «Siiiií?»,
con una suerte de bajada en picado del tono, indicando una ligera pero
invariable irritación. Una vez le pregunté por qué reaccionaba así, y él dijo:
—Bueno, estoy contigo, ¿no?
Para él, el interludio entre
«Papá» y «¿Sí?» era una clara redundancia, porque estábamos juntos en la misma
habitación y se suponía que teníamos algún tipo de conversación, por desganada
(y poco estimulante, desde su punto de vista) que fuera. Yo le entendía lo que
me decía, pero al cabo de unos minutos me sorprendía a mí mismo diciendo:
—Papá...
Y hacía acopio de toda mi
presencia de ánimo para escucharle un «¿Sí?» especialmente vehemente. No perdí
este hábito hasta la adolescencia. Los niños necesitan cierto compás de espera
que les asegure la atención de aquellos con quienes hablan mientras su
pensamiento va tomando forma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario