BUENO, ¿QUÉ TE PARECE?
Mi padre había perdido casi por completo la visión del ojo
derecho cuando cumplió los ochenta y seis, per por lo demás, su estado de salud
podía considerarse fenomenal para una persona de su edad, hasta que con trajo
lo que un médico de Florida diagnosticó, equivocadamente, como parálisis de
Bell, una infección vírica que, por lo común, paraliza, con carácter temporal,
un lado de la cara.
La parálisis se le presentó sin previo aviso, al día
siguiente de haber realizado el vuelo entre Nueva Jersey y West Palm Beach,
donde iba a pasar los meses de invierno en un apartamento subarrendado que
compartía con una contable de setenta años, Lilian Beloff—vecina suya del piso
de arriba, en Elizabeth—, con quien había establecido relación sentimental un
año después de la muerte de mi madre, acaecida en 1981. Se sentía tan
estupendamente al llegar al aeropuerto, que decidió no llamar a un maletero
(que, además, le habría costado la propina) y acarrear él mismo las maletas,
desde la recogida de equipajes a la parada de taxis.

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