Prefacio
UNA LITERATURA SUBTERRÁNEA
Una de mis mejores amigas trabaja
desde hace años para una de las agencias literarias más importantes del país.
Parte de su trabajo consiste en
revisar los cientos de manuscritos no solicitados —ya sabéis, aquellos que no
se encargan con antelación a escritores de renombre o a destacados miembros de
la esfera cultural— que les llegan a la agencia cada mes.
Cientos de manuscritos que nadie,
salvo mi amiga, leerá nunca, pues en la gran mayoría de los casos se trata de
propuestas editoriales que nadie, por bienintencionado que fuese, sabría cómo
posicionar en el mercado editorial.
Es común que mi amiga, cuando
quedamos a tomarnos una cerveza o hablamos por videollamada, se deje llevar por
el momento y cometa alguna imprudencia profesional, revelándome detalles de
esos manuscritos a los que ella — no puede evitarlo sigue echando un ojo cada
vez que le llegan a su mesa de trabajo ya sea por correo electrónico o, algo
cada vez más infrecuente, mediante mensajería postal.
Entonces me cuenta sobre
manuscritos que la incitan a la risa, que la sorprenden, que la entretienen,
que la consiguen incluso, a veces, desesperar.
Manuscritos remitidos por
escritores anónimos y con vidas corrientes que, desde todos los rincones del
país, envían las obras en las que llevan trabajando meses o incluso años.

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