Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.568. EL HOMBRE / GUILLERMO ARRIAGA


El calor. El metálico chirriar de las chicharras. El inacabable verde. El aire ardiente e inmóvil.


«Hacía calor», adujo Jack Barley para justificar frente a su madre el asesinato de Louis Vincent, el hijo de los vecinos cuya casa se hallaba al final de la aldea. En realidad, el crimen lo ocasionó una burla: Louis se mofó de la condición de bastardo de Jack, «ni siquiera tu madre sabe quién es tu padre». Los demás muchachos rieron, el hijo de Thérèse Barley era su blanco favorito. Día a día le endilgaban apodos humillantes y le pegaban palizas. Jack, de apenas once años, poco podía hacer frente a los grandulones de quince y dieciséis, o poco pudo hasta ese día. Cuando salió de su casa esa mañana ya iba preparado para matar, desde hacía meses guardaba un puñal amarrado a la pantorrilla. Sólo buscaba una excusa para clavárselo a uno de ellos. Semana a semana fantaseó con la idea de verlos desangrarse en el polvo con una herida mortal en el corazón. No importaba a quién de ellos le asestara la cuchillada, para él, los seis abusadores eran tipos despreciables, dignos de morir como cerdos. Esa mañana, Louis inició la ronda de escarnios. Jack se dirigía a la cabaña de la señora Parker a comprar un queso y una pinta de leche. Louis, famoso por partir troncos de un solo hachazo, se interpuso en su camino, «¿adónde va la nena?». Jack quiso esquivarlo, los demás lo rodearon para impedirle el paso. «¿Con quién se va a acostar hoy la puta de tu madre?», inquirió el rubio, socarrón. El calor. Jack sudaba. Gotas escurrían por su espalda. Una onda caliente emanaba del suelo. Hizo un intento más por eludirlos, de nuevo lo atajaron. Jack sintió el calor subir por los zapatos hacia las piernas, de ahí hacia el torso, hasta extenderse a su mano derecha. «Ni siquiera tu madre sabe quién es tu padre». No hubo vuelta atrás, Jack se agachó y, como lo practicó decenas de veces a solas en su casa, sacó el cuchillo con disimulo y en un movimiento rabioso lo encajó en el pecho de su adversario


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