Historia abreviada de la literatura portátil, Vila.Matas, p 99 (Zorro rojo)
Leyendo a Crowley, no puede uno,
en ningún momento, renunciar a la incredulidad ante tanto fuego de artificio y
tanto bucaresti suelto, y sin embargo la sorpresa surge cuando cotejamos su
texto con el de Walter Benjamin (La última instánteanea de la inteligencia
europea) o con el de Man Ray ( Travels with Rita Malú) o con el de Tristan
Tzara, y vemos entonces que los tres coinciden, en gran parte, con las
especulaciones de Crowley.
«En Trieste —escribe Walter
Benjamin— vivía yo en un hotel, cuyas habitaciones estaban casi todas ocupadas
por lamas tibetanos, que habían venido a la ciudad para un congreso d todas las
iglesias budistas. Me llamó la atención la cantidad d puertas constantemente
entornadas en los pasillos. Lo qu al comienzo parecía casualidad terminó por
resultarme misterioso. Supe entonces que en esas habitaciones se alojabna los
miembros de una secta que habían prometido no mora nunca en espacios cerrados.
El susto que experimenté no h podido nunca olvidarlo. Alguien me susurró al
oído que es lamas tibetanos eran, en realidad, nuestros odradeks, y qu podía
vérseles, de día, por las calles de Trieste, moviéndos por los bajos fondos,
ocultos en cuchitriles, burdeles, figones, fingiéndose pordioseros, tuertos,
marineros desocupados, matones, vendedores de droga o porteros de lupanares.»
Y Man Ray escribe: «Durante
nuestra estancia en Trieste, lo que nos chocaba no era lo monstruoso, sino su evidencia.
Por so nos refugiábamos en las tumbonas —iqué placer volver a a infancia y
descubrir, de nuevo, la indisciplina!— y procurábamos no movernos demasiado. Y
es que, de un modo lento pero inexorable, fue haciéndose que viajábamos
acompañados por las sombras de una conspiración paralela a la nuestra; una
conspiración fantasmagórica pero perceptible, protagonizada por seres no
humanos que, a diferencia de nosotros, perseguían un objetivo con su conjura:
nada menos que destruir nuestra sociedad secreta. Se trataba de extraños
bastardos no nacidos de madre, que se alojaban, según los casos, en desvanes,
escaleras, corredores, vestíbulos o también en nuestros hombros y, a veces,
incluso, en nuestros cerebros».

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