Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA COLLARES


La península de las casas vacías, David Uclés, p. 152

La mujer era muy religiosa. Había conocido a Franco en Tarna un día cazando perdices. Su padre no veía con buenos ojos que se casara con alguien de apariencia tan mísera y de donnadie, en vez de con un joven de relumbrón, pero la onerosa de Carmen tenía mejor ojo que su padre, y desde aquella cacería ya nunca más se separó de él. Intuyó que junto a aquel hombrecillo podría mantener su mayor afición aparte de ir a misa: las joyas. Misa y joyas, una relación que de por sí dice más de ella que cualquier biografía. Fue tal el derroche en joyería que la apodaron «la Collares»; incluso le sujetaban el cuello entre varios cuando se quitaba las joyas, pues se le había alargado como a las mujeres padaung.

Aquella noche previa a la huida de Franco hacia el continente africano, Carmen se informó sobre la orientación de los presbiterios de los templos en la costa atlántica francesa y sobre las joyerías de la zona, repitiéndose la creencia de que la que bien vive, bien acaba. Una pensando en diamantes y rezos; el otro, en sangre y palacios.

Por cierto, hay quien dice que la Collares nunca estuvo embarazada, que su hija Carmencita fue fruto de una historia entre el hermano de Franco, Ramón, y una prostituta -apodada la Gaviota- que murió a los días de parir. Las malas lenguas decían que Carmen Polo era estéril, que habría sufrido una vibriosis ocasionada por las bacterias que contenían las perlas vivas que se colgaba del cuello.


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