Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

PAQUITA


La península de las casas vacías, David Uclés, p. 143

Francisco Paulina Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde medía uno sesenta; como era delgado y tenía la cabeza grande, además de muy redonda y medio calva, lo apodaron «el Cerillita”. Su rostro de rasgos blandos era difícil de dibujar; no había nada que destacara en su expresión, salvo el leve bigote fascista y una dichosa papada. Quizás lo más atípico en él era la voz atiplada y llena de aire, dicen que por una sinusitis crónica. Sonaba como una trompetilla dentro de una orza tapada. También dicen que solo tenía un huevo, motivo de burlas incluso entre los suyos. Nunca fue religioso: en la Legión lo llamaban «el general de las tres emes»: sin miedo, sin mujeres y sin misa. Sin embargo, parece que el sentimiento religioso se le despertó -muy convenientemente- empezada la Guerra Civil. En cuanto a su carácter, los que lo conocieron afirman que era afable, aunque algo cenaoscuras; los que lo sufrieron, en cambio, dicen que cruel y acomplejado. Esto último es un rasgo típico en los dictadores modernos: el sentimiento de fracaso y el trauma infantil, así como una grave falta de amo,: Stalin sufrió los malos tratos de un padre borracho e intemperado; Hitler, que de pequeño mojaba la cama, fue igualmente ridiculizado por su progenitor, además de rechazado en la escuela de arte; a Mussolini lo criaron en el odio tras el tajante diagnóstico del médico de la familia, que lo calificó de retrasado mental. Franco se crio igualmente a la sombra de un padre malévolo que pegaba a su esposa embarazada, que le rompió el brazo a su hijo mayor al pillarlo en plena masturbación y que insultaba a Franco por su voz amanerada llamándolo «Paquita”.


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