Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

HEMORROIDES

 


Fractal, Andrés Trapiello, p. 466

Hay un anuncio en televisión muy penoso y cutre en el que una mujer se encara con la cámara y dice, muy circunspecta: yo también las he sufrido en secreto. Su rostro es apesarado, como quien ha sido atacada a traición por una humillación vergonzosa, pero súbitamente se ilumina su rostro y muestra radiante la pomada que ha destruido a la fiera, mientras proclama su triunfo: han desaparecido. En todo el anuncio la fiera, o sea, la almorrana, no es nombrada por su nombre, que es tabú. Hay otro anuncio parecido, en el que no se muestra tampoco aquello que se quiere hacer desaparecer, uno de cucarachas, a las que tampoco se cita por su nombre. Para mí ahora una almorrana y una cucaracha son como hermanas, y el hecho de imaginarlo hace que el nervio de la muela descargue un trallazo de dolor que me eriza el cabello. Quien  no haya tomado un bañio de asiento no sabe nada de la vida. Por un lado parece que uno vive en 1748, y por otro se deprime uno tanto, que anda por ahí con la cabeza metida en el pecho, de tener que sufrirlo todo en secreto. Por esa razón viene uno a este cuaderno a contar estas cuitas pepysianas en un momento tan delicado en el que ha de levantar un nuevo edificio, otro libro más, sin pensar que se le va a venir abajo por el sótano y por la buhardilla. Casi me sonrío: llamar sótano al recto y buhardilla a la boca es gongorino. Rebasados Cervantes y Galdós lo natural es acabar en brazos de Valle-Inclán, que es corno se sabe la catedral del cante.¿Por qué se melancolizará uno por tan poco? ¿Qué es escribir un libro en mes y medio, con la boca llena de llagas y el recto comido por cucarachas? Voy a pedir el ingreso en la Internacional Surrealista, por si me dieran puntos, canjeables si no por gloria sí por leyenda.


INCIPIT 1.552. LONDRES / L-F CELINE


Al principio, cuando llegamos a Londres, a Angèle apenas la veía. Si durante el primer mes se acercó dos o tres veces a decir hola y a que me la trajinase, ya son muchas. Estaba demasiado ocupada, decía, con su Purcell, instalándose, afirmaba, en una avenida que yo aún no conocía por Marble Arch, en un bonito barrio parecido a l’Étoile pero aquí, en un rincón de un parque al estilo de Monceau, el Hyde (Haide). Yo nunca iba por allí, de común acuerdo, para no molestarlos. Me quedaba en mi zona, vamos, no pedía nada a nadie, que me dejasen en paz. No iba a ser yo motivo de complicaciones. Por eso, me escogió un cuartito en Leicester Street bastante decente, he de decir. Leicester es directamente el barrio de los placeres inmediatos, una zona lateral al bulevar, para que os hagáis una idea, justo en la esquina del Empire Theater. En la época de la que hablo, el Empire Theater era un escenario para revistas vivarachas. También era el momento de la propaganda para el frente. Se animaba a los ingleses de todas las maneras posibles para que se unieran a la danza, ¡y no veas lo difíciles de convencer que son los ingleses! Se les presentaba la cosa con música como un tremendo viaje patriótico y una luna de miel, con un torrente de fanfarrias, un pasmo de muslámenes cadenciosos, en un paraíso de flores eléctricas bien abiertas. A ver qué más querían. En el 22º regimiento de coraceros, las cosas eran más simples, pero para los gentlemen echaban el resto. Eran hombres refinados. Se los trabajaba a fuerza de sugestión, de whisky, de cigarrillos, de orgullo, de blondas, de cansancio. Yo no decía nada, observaba, era mi papel, pero, aun así, aquello me parecía un juego de niños. Cuando ya no tuve uniforme para pasear, su reclutador, con su pequeña escarapela y su bastoncito de mando, se acercaba a menudo para tantear mis sentimientos. Me daba un chute de amor propio, me tomaba por un novato. Tenía labia. Yo me pavoneaba. Le dejaba hacer. Por soñar que no quede. Cuando lo escuchaba, me rejuvenecía, volvía recompuesto de todo un infierno. Lo seguía escuchando por placer. Entonces, ¿no se me notaba lo del oído? ¿No se oía fuera? Iba diciendo que la calle donde vivía estaba un poco apartada de Piccadilly Circus, esa plaza donde hay tantos vehículos y la publicidad atesta los escaparates. Era una callecilla bastante traicionera, la nuestra, para ser sincero, con tiendas donde no se vendía gran cosa como no fuesen coños más o menos, pero a salto de mata, claro, en el entresuelo, a la inglesa. La planta baja, como si fuese un salón, era el lugar de descanso de los chulos, siempre alerta.


INCIPIT 1.551. FRACTAL DEL SALON DE LOS PASOS PERDIDOS / ANDRES TRAPIELLO


Prólogo

ESTA mañana tenía el Rastro esa grandeza de los días de invierno. Apenas había amanecido y ya estaban desplegándose los primeros puestos. Todas las cosas que iban extendiendo sobre la acera parecían oxidadas, chatarra, latón viejo; hasta los libros tenían algo de escombros. El cielo, empañado de frío, no se sabía todavía si iba a ser azul o gris, y desde Mira el Río se veían allá abajo, uno aquí, otro más allá, los vivacs encendidos. Son fuegos que meten en calderos de zinc o en bidones que cortan por la mitad y en los que hacen unos agujeros para que las llamas respiren. A veces queman una cómoda entera, con cajones y todo, o la pata de una consola que recuerda el cuello de un cisne. Alrededor hay siempre gitanos vestidos de punta en negro, muy elegantes, que parecen duques. El aire entonces se llena de un olor pestilente a barniz quemado o, por el contrario, huele a pino y a resma de papel, que se mezcla con el olorcillo a pan reciente que sale de dos tahonas que están casi juntas.

Luego X y yo, un poco cansados de hacer el zapador, hemos ido a tomar un café a uno de esos baruchos del Rastro que tienen en el escaparate tripas atadas a unos palos y cazuelas con callos fríos. Buscar libros hay que hacerlo en ayunas, como los verdugos.

El dueño no estaba. Nos ha servido una señora gorda que hacía bromas picantes con un buhonero que llevaba puesto un flamante anorak de slalom, de color rojo.


JAVIER MARIAS


Fractal, Andrés Trapiello, p. 466

AMANECE el día con un pequeño cataclismo: publicaba el periódico una andanada de Junior, el pijo volatinero, contra EHT., a propósito de cierto artículo de este en el periódico Arriba en 1945. Le reprochaba Junior a HT. que se arrodillara ante el tirano, y HT. le responde que más vale vivir de rodillas que morir de pie. Junior no se arredra y vuelve hoy con aladas palabras: «Muchos murieron» para no tener que escribir lo que escribió HT. «¡Hay que tener dignidad!» son las palabras que se sobrentienden en las esquinas de su escrito, y Junior tiene razón, y acaso, porque él sabe lo que es la dignidad, pasó su juventud dando volatines, que no es exactamente un vivir de rodillas ni un morir de pie, sino una cosa intermedia, en el aire, viviendo del aire. Franco, el gran timonel, ordenaba a HT., alehop, y HT. caía de rodillas. X, el gran novelista, decía alehop, y Junior pijoteaba volatinando. Se dirá que no son comparables el gran timonel y el gran novelista; cierto, pero la vida quiere que algunas actitudes se crucen en el camino, en una especie de grado cero del autoritarismo, ese lugar en el que la gente podía intercambiar sus atuendos y de época y de circunstancias, y no diferenciarse unos de otros.


Villa Giulia


Fractal, Andrés Trapiello, p. 166

Es un lugar extraordinariamente hermoso, una casa romana pasada por el Renacimiento, y que despierta en uno sentimientos diferentes, quizá complementarios. Por un lado, uno es feliz conociendo algo así. Pero por el hecho de conocerlo, se ve uno comprometido con esa misma belleza. No puede seguir viviendo de la misma manera. El ideal le obliga a uno a muchas cosas, la belleza lo mismo. Es difícil que ninguno de nosotros llegue a vivir jamás en una casa parecida, eso está fuera de toda duda (y los que son millonarios, tampoco tienen ningún interés, por lo general, en vivir en una casa como esa, ya que son millonarios, casi siempre, porque han estado alejados de esa manera de creer que el ideal es la Villa Giulia), pero después de haberla visto, debería llegar uno a la suya, pobre, en cualquier rincón del mundo, y tratar de que, en lo que es, se acerque lo más posible a su propio canon.

Vivir en Roma tiene además esa cotidianeidad con lo que es excepcional. Llega a ser una parte de la rutina. Todo es hermoso, llega a creer uno. Y a medida que pasan los días va encontrando uno su rutina, que es la única fértil.


FERNANDO SAVATER


Fractal, Andrés Trapiello, p. 264

NOS contaba X que estaba haciendo la mudanza de su casa. Los mozos de cuerda subían y bajaban. Sufría viéndolos arrastrar los pesados muebles, tirando de las sogas a pulso, rompiéndose los riñones. Se cruzó en las escaleras con uno de esos hombres. Cargaba con una gran banasta de mimbre blanco, llena de libros hasta los topes. Siempre que hay de por medio libros y operarios, parece que fuese a suceder un chiste de almanaque.

Al verle tan sudoroso, tan congestionado por el peso de los libros, nuestro amigo le pidió disculpas, no como si fuese culpable de que aquello pesase tanto, sino de haber contribuido a que en el mundo hubiera algunos libros más, para desdicha de los hombres de carga. Así que le dijo:

-Lo siento.

-Nada, en absoluto.

El estibador era un muchachote grande como un armario, con el cuello de un toro y la cara de un niño. El que le dijera que lo sentía debió de tomarlo como una entrada en la conversación. Se detuvo, tiró de la canasta hacia arriba, como si le fuese liviana, y dijo con alegría, de muy buen humor, confidencia por confidencia:

-Peor usted, que habrá tenido que leérselos.


PORTICO DE LA GLORIA


Fractal, Andrés Trapiello, p. 155

El Pórtico estaba encofrado por completo con andamios, de modo que pude subirme a uno de ellos y mirar de cerca aquellas figuras agrestes y rudas, con Santiago, el Pantocrátor y toda la corte celestial. Eran figuras como talladas por alguien solo con el oficio a medias, y tomadas una a una, aisladas, producirían escasa impresión o una impresión penosa, ya que no eran más que trozos inexpresivos de piedra. Muchas esculturas del románico es lo que no tienen, su barbarie, su carácter elemental, como esas figurillas que se venden para hacer los belenes. Como a las figuritas de belén no se les podía pedir a aquellas esculturas del Pórtico emociones, sentimientos, ni siquiera la belleza del cuerpo. Casi se diría que no tienen alma. Ahora, juntas, formaban un conjunto admirable, como esas polifonías antiguas que se sostienen únicamente en la voz. Emocionaba de ellas saberlas depositarias de una fe y unas vidas extraordinarias, las de todos los peregrinos que han llegado hasta ellas desde los confines de la cristiandad.

Imaginaba lo que sería un lugar como ese hace solo ochenta años, antes del boom del turismo. Un día de lluvia, un corto día de invierno, los soportales de techo tan bajo, las calles estrechas, los comercios angostos y profundos, las bombillas avaras de los curas. Cuando se ven las fotografías en blanco y negro en las guías antiguas de Otero Pedrayo, en la de Castroviejo, en los libros de Cunqueiro, se le encoge el corazón a cualquiera, del tenebrismo levítico de la localidad. Y escuchar la lluvia perpetua sobre las losas que empedran las calles, todo el día, lenta y suave, interrumpida cada hora por las campanadas graves de las iglesias y los conventos, y así un día y otro día ... Dejémoslo ya porque me estoy deprimiendo yo solo.


SOLDADITOS


Fractal, Andrés Trapiello, p. 52

SUBÍAN al cuartel por la calle Barquillo, a última hora, tres reclutas de paisano antes del toque de retreta. Jóvenes de semblante atezado y embrutecido ya por el trabajo más duro, pero con la belleza de la juventud en la línea de la boca, en el brillo de los ojos, en la firmeza del cuello. Venían sin hablarse, no hostiles, pero tampoco amigos. Compañeros pero no camaradas. Subían lentamente, de la mano del tedio. Imagino lo que habrá sido esta tarde de paseo, errantes por Madrid, que no conocen, hastiados de dar vueltas y con los pies hinchados  (llevaban las botas duras de su uniforme), con el dinero justo para haberse tomado un refresco, sin hablarse, sí, pero soltando de vez en cuando una risotada de paleto ante cualquier cosa que no comprenden para después sumirse en su silencio, en su incapacidad de verbalizar el mundo y de expresarlo.

Se me ha encogido el corazón al verlos, golpeado por su irreductible tristeza. La tristeza de sus bocas, la tristeza de sus ojos, la desoladora tristeza de unos cuerpos hechos para dormir hasta el amanecer en brazos de unas novias parecidas a ellos. Y entonces he sentido al pasar a su lado que esta noche esos niños llorarán en silencio su hombría sobre la almohada y soñarán a su modo en el regreso, en sus lejanas tierras, tal vez en los tiernos abrazos de la amada. Y me enternece su patria hecha de lágrimas y sueños, es decir, ese lugar donde ya no hay palabras, sino un lecho en medio de la noche, como cama de liebre.


INCIPIT 1.550. LOS DIALOGOS / BORGES, FERRARI


1 La identidad de los argentinos

Osvaldo Ferrari: Desde hace tiempo me interesa la idea que usted ha expresado acerca de la posible identidad de los argentinos, porque, según esa idea, la nuestra sería una identidad en pleno desarrollo. Usted ha dicho, Borges, que los argentinos, al tener una historia limitada, y provenir, a la vez, de una historia vasta como la europea, somos una nueva posibilidad de ser. Usted dijo: somos lo que queramos y lo que podamos ser.

Jorge Luis Borges: Sí, efectivamente, creo que el hecho de ser europeos en el destierro es una ventaja, ya que no estamos atados a ninguna tradición local, particular. Es decir, podemos heredar, heredamos de hecho todo el Occidente, y decir todo el Occidente es decir el Oriente, ya que lo que se llama cultura occidental es, digamos, simplificando las cosas, una mitad Grecia y la otra mitad Israel. Es decir, que somos orientales también, y debemos tratar de ser todo lo que podamos; no estamos atados por una tradición, recibimos esa vasta herencia y tenemos que tratar de enriquecerla y de proseguirla a nuestro modo, naturalmente. En cuanto a mí, yo he tratado de conocer todo lo posible pero, desde luego, ya que el mundo es de hecho infinito, lo que un individuo puede conocer es una partícula. Yo pienso a veces que la literatura es como una biblioteca infinita. "La Biblioteca de Babel" en un cuento mío, y que de esa vasta biblioteca cada individuo sólo puede leer unas páginas: pero quizás en esas páginas esté lo esencial, quizás la literatura esté repitiendo siempre las mismas cosas


INVCIPIT 1.549. OPOSICION / SARA MESA


INICIACIÓN

La mesa la pusieron en mitad de la nada, en un lugar de paso, sin ventanas. Sonaba un ronroneo constante, quién sabe de qué aparato o cosa. Dejé el bolso y la carpeta encima de la  mesa, el chaquetón en el respaldo de la silla y me senté a esperar tal corno me había indicado el ordenanza. Allí en medio, entre sombras, solo se oía el ronroneo, nada más, y sus mínimas variaciones cada pocos segundos, corno un cuerpo asfixiado cogiendo a duras penas bocanadas de aire. Frente a mí, la pared color crema; a la izquierda, el recodo que llevaba a los despachos; a la derecha, la puerta doble con ojos de buey por la que yo acababa de entrar. Era una mañana fría de invierno, apenas había amanecido, la luz me hizo pensar en la textura porosa de la cera. Tuve la sensación de haberme colado en un edificio vacío. De estar ocupando ese sitio por error.

Había un ordenador sobre la mesa, con su teclado y su ratón. Un ordenador no muy nuevo, amarilleado por el tiempo, con pegatinas corporativas y una etiqueta con un código de barras. Tras unos minutos de indecisión, pulsé el botón de arranque. La pantalla se tiñó de azul, luego de blanco y al final de un brillante tono verde manzana.


BORGES Y LAS MUJERES


Diálogos, Borges Ferrari, p. 521

-Y he descubierto que las mujeres son excelentes para la amistad, que tienen un admirable sentido de la amistad.

-Cierto.

-Cosa que mucha gente niega, yo no sé por qué ... bueno, claro, yo creo que las mujeres son más sensatas y más sensibles que los hombres ... más sensibles no sé, pero más sensatas sí, por lo general, ¿no? La prueba está en que una mujer es difícilmente fanática, y un hombre -sobre todo en este país- es fácilmente fanático, y de causas, bueno, indefendibles; que es necesario ser fanático para profesarlas, si no, no se entienden.

-Además, se suele decir que las mujeres son más inofensivas en la relación de amistad que en la relación de amor, ¿qué opina usted?

- ... Y, la relación de amor es una relación vulnerable, ¿no?; además requiere continuas confirmaciones, y si no hay confirmaciones hay dudas; y si uno pasa unos días, y no sabe nada de ella, uno está desesperado. En cambio, uno puede pasar un año sin saber nada de un amigo, y eso no tiene ninguna importancia. La amistad, bueno, la amistad no exige confidencias, y el amor sí. Y el amor es un estado así, de recelo; es bastante incómodo, ¿eh?, bastante alarmante. La amistad, en cambio, es un estado sereno: uno puede ver o no ver, uno puede saber o no saber lo que hace el otro. Ahora, posiblemente haya personas que sientan la amistad de un modo celoso, pero yo no. Hay mucha gente que siente la amistad como se siente el amor, y hasta desean ser la única amistad de la otra persona.


Swedenborg


Diálogos, Borges Ferari, p. 490

El demonio es más bien un título: es el jefe. Pero como ellos viven en un mundo así, de envidia y de rivalidad-el mundo de los políticos, digamos-, ninguno de ellos dura, porque los demás están conspirando a favor de otro, que lo sigue, y contra el cual conspiran a su vez. De modo que el hecho de ser el demonio no se aplica a un yo, sino a diversos individuos que se odian entre ellos. Y llevan una vida terrible, pero esa vida, desde luego, es más llevadera para ellos que, bueno, que el insoportable paraíso.

-Entiendo, ahora ...

-Y luego, él describe todo eso con muchos detalles: el infierno, como digo, con ciénagas, lupanares, tabernas; y, sobre todo, conspiraciones continuas. Esas conspiraciones son de personajes que se traicionan también, ya que son de índole demoníaca. Y sin embargo, ambos están regidos por el Señor: el cielo y el infierno. Y el universo está hecho de una suerte de equilibrio entre esas dos regiones: esa zona de sombra y de crímenes y de pecados, y la otra, el sereno cielo conservador, filosófico. Bueno, todo esto es materia de varios libros; yo tengo varias biografías de Swedenborg ... Él fue a Inglaterra porque quería conocer a Newton, pero no llegó nunca a conocerlo. Y después él recibió, bueno, la primera visita de Jesucristo en Londres. Y los sirvientes que él tenía, lo oían; él caminaba, oían sus pasos, ¿no?, el cielo raso: estaba caminando arriba y conversando con los ángeles. También conversando con los ángeles en las calles de Londres; yo escribí un soneto sobre eso.


LEONOR ACEVEDO DE BORGES


Diálogos, Borges Ferrari, p. 362

-Pero en relación con eso, otro rasgo de ella pareció ser el coraje; hay que acordarse de las llamadas telefónicas.

-Sí, yo recuerdo que la llamaron una vez por teléfono, y una voz debidamente grosera y terrorista le dijo: "Te voy a matar, a vos y a tu hijo". "¿Por qué señor?", le dijo mi madre, con una cortesía un tanto inesperada. "Porque soy peronista''. "Bueno", dijo mi madre, "en cuanto a mi hijo, sale todos los días de casa a las diez de la mañana. Usted no tiene más que esperarlo y matarlo. En cuanto a mí, he cumplido (no me acuerdo qué edad sería, ochenta y tantos años); le aconsejo que no pierda tiempo hablando por teléfono, porque si no se apura, me le muero antes". Entonces, el otro cortó la comunicación. Yo le pregunté al día siguiente: "¿Llamó el teléfono anoche?". "Sí", me dijo, "me llamó un tilingo a las dos de la mañana'', y me contó la conversación. Y después no hubo otras llamadas, claro, estaría tan asombrado ese terrorista telefónico, ¿no?, que no se atrevió a reincidir.


INCIPIT 1.548. ESCRITOS POLITICOS LIBERTARIOS / SIMONE WEIL


INTRODUCCIÓN: UN PENSAMIENTO INQUIETO

El encuentro de Weil con el anarquismo marcó una larga fase de su reflexión política, desde sus años de juventud hasta aproximadamente 1936. No fue, pues, un contacto extemporáneo, sino una convergencia nacida bajo la bandera de la búsqueda de la mejor forma de expresión práctica de la libertad. Simone Weil experimentó con fuerza, en la tradición de pensamiento que se remonta a Proudhon, una serie de sugestiones tanto para su acción de lucha junto a los trabajadores asalariados de las fábricas y las minas, como para construir un proyecto de transformación social centrado en la idea de una sociedad sin jerarquías constrictivas, en la que los mecanismos sociales no produzcan formas de burocratización tecnocrática. La inspiración proudhoniana hizo que su lectura de los textos marxianos -especialmente de «El Capital» en su juventud- se realizara sin tropezar con los mitos fáciles que, en cambio, adoptó una parte importante de la izquierda francesa y alemana.


INCIPIT 1.547. SECRETO Y PASION DE LA LITERATURA / JUAN CRUZ


Unos recuerdos

El antecedente de este libro es Egos revueltos, premiado por la editorial Tusquets en 2012 con el Premio Comillas de Memorias. Aquí se trae a la memoria aquel libro, y también a muchos de quienes allí fueron citados, pero este es otro libro, también de memorias del mundo literario, obligado a rendir homenaje a quienes se empeñaron, se empeñan, en hacer de la literatura alma y oficio.

De aquel libro hay nombres propios, algunas historias, pero este es un abrazo de distinta naturaleza a la esencia de la escritura ajena. Coinciden personajes e incluso melancolías, pues la memoria propia no puede desprenderse de memorias imborrables, de personas, sobre todo, más que de libros. Quienes aparecen son sin duda imperecederos no solo por lo que escribieron, sino también por su manera de ser y por su forma de estar en la tierra, así como en los libros.

Entre ellos, por cierto, están Toni López, que dirigió los destinos administrativos (iy tan humanos!) de la editorial que me premió, y Beatriz de Maura, la inventora del sello y artífice de su trascendencia, que nos hizo leer mejor, con más hondura y exigencia, en épocas en que leer consistía también en buscar la calidad y no solo la posibilidad comercial de lo que se tenía entre manos.

Hoy ella misma lee desde su particular estancia en el mundo de los sueños habidos. Por su modo de reír, su franqueza, la inmensa pasión que tuvo por la invención que puso de relieve, la pasión de editar como si también lo escribiera, ella es un ejemplo que no conocerá olvido.


EL TRABAJO DE BORGES


Diálogos, Borges Ferrari, p. 235

-Yo trabajé durante unos nueve años en la Biblioteca Miguel Cané, en Carlos Calvo y Muñiz. Empecé como auxiliar segundo, y luego alguien insistió, quizá demasiado, en que me nombraran auxiliar primero, había una diferencia de treinta pesos, bueno, creo que treinta pesos son imperceptibles ahora, pero en aquel tiempo eran treinta pesos. Entonces, creo que Honorio Pueyrredón era el intendente, y él dijo que muy bien, que me harían auxiliar primero, a condición de no volver a oír mi nombre. Pero creo que, a lo mejor, lo oyó un par de veces después, ¿no? (ríen ambos). En fin, en todo caso, me ascendieron, y yo llegué a ganar -incredibili dictum- doscientos cuarenta pesos mensuales. Pero doscientos cuarenta pesos mensuales no eran desdeñables. Ahora, yo hubiera debido dejar esa biblioteca -era un ambiente asaz mediocre-pero seguí trabajando. No sé si la palabra "trabajando" es exacta; éramos, creo, unos cincuenta empleados, y nos asignaron un trabajo que tenía que ser lento. Yo recuerdo que me dieron libros para clasificar el primer día, y el  manual de Bruselas, que emplea el sistema decimal -el mismo que se usa en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos-. Yo trabajé, y creo que clasifiqué casi ochenta libros -había que simular que se trabajaba cada día-, yo clasifiqué los libros y eso se supo; y, al día siguiente, uno de los compañeros vino a recriminarme, me dijo que eso era una falta de compañerismo, porque ellos se habían fijado un promedio de cuarenta libros para clasificar por día. Ahora, para fines de realismo, esos cuarenta no eran siempre cuarenta; podían ser treinta y nueve, treinta y ocho, cuarenta y uno, para que todo resultara más verosímil, ¿no?, según exige la novela naturalista. Entonces, me dijo que yo no podía seguir así, y yo, al día siguiente, clasifiqué treinta y ocho, para no quedar como presuntuoso.


Inemori


Oposición, Sara Mesa, p. 150

¿Sabes lo que es el karoshi?, me preguntó días después, interesadísima de repente en hablar conmigo. Me encogí de hombros, esperé a que me lo explicara. La muerte por agotamiento laboral, dijo, en Japón caen miles y miles de personas como moscas cada año. ¿Te imaginas? ¿Morir por trabajar mucho? Una está tecleando y pum, se muere. O en mitad de una reunión y pum, se muere. O de camino al curro y pum, se muere. Se lo había contado Víctor, que estuvo un par de años viviendo en Tokio, me dijo, y en ese momento empecé a confirmar mis peores sospechas. Las anécdotas que contaba Víctor de aquella experiencia eran alucinantes, siguió relatando Sabina, como aquello de la gente durmiéndose de pie en el metro de puro cansancio. Colocaban sus maletines en los compartimentos superiores, se agarraban a la barra y se quedaban fritos, en filas ordenadas, los cinco, siete o diez minutos que durara el trayecto. Lo más flipante era que siempre se despertaban justo a tiempo, como si tuvieran un reloj  interno, se bajaban y se iban derechitos al trabajo. Los japoneses se quedaban dormidos en cualquier parte y ese fenómeno también tenía un nombre, inemori. Echarse una cabezada en una cafetería, en la sala de espera del médico o incluso en la oficina, solo unos minutitos, como duermen los gatos, siempre en tensión, eso allí no se considera de mala educación, le había explicado Víctor. El inemori es una costumbre aceptada socialmente y, aunque también es producto del agotamiento, no es lo mismo que el karoshi, porque hay mucha diferencia entre dormirse y morirse, ¿no?, rió, una diferencia básicamente de duración, y se retocó el moño que llevaba sujeto con un boli.


JM


Secreto y pasión de la literatura, Juan Cruz, p. 97

Y, por cierto, iqué le pareció el éxito de la tal Love Story?, le repregunta el periodista. No hay en estos párrafos que le arranca Aberasturi al que luego sería autor de Los enamoramientos (una de sus novelas más contemporáneas, más duras y más dulces) ningún desperdicio para quien, como Deza, quisiera saber entonces cuál sería el rostro posterior del hijo de Julián Marías: «Bueno, [Love Story] es una novela monstruosa, y me parece más monstruosa por el éxito que ha tenido. No termino de explicarme esa aceptación masiva y universal; me parece un caso parecido al de la película Un hombre y una mujer. Es una novela llena de trucos, cuenta la historia de siempre, me parece muy falsa, muy oportunista. No creo, ni siquiera, que sea romántica, es más bien cursi».

Aquel joven hecho hombre para la literatura aceptó luego preguntas que, a lo largo del tiempo, lo atosigaron ya sin la intención benévola de Aberasturi, que entrevistaba a un chiquillo. De la última tacada de preguntas al muy reciente autor de Los dominios del lobo (novela de la que hasta fecha reciente Javier Marías no quiso saber nada), esta fue la primera: «¿Resulta positivo o negativo ser hijo de un escritor famoso?». Dice Javier Marías: «Para los demás no sé, ni una cosa ni otra. A mi padre no le gusta demasiado esta novela mía; le gustaba más la que presenté al Sésamo. En cuanto a su lanzamiento, se mantuvo al margen». Más: «¿No piensas seguir la línea de tu padre?». Javier Marías: «Lo mío es la novela. No, no pienso ir por su camino, no me va, no me interesa». «¿Qué opina él de tu carrera literaria?» «Piensa que tengo posibilidades, pero que aún estoy muy verde.»

Y, finalmente, esto es lo que cree el joven Marías de sutodavía no tan anciano padre, a la pregunta final de Aberasturi: «¿Qué opinas tú de él como escritor?». «La verdad es que apenas lo conozco, no he leído casi nada de él, solo algunas cosas que publica sobre cine.»


BORGES


Secreto y pasión de la literatura, Juan Cruz, p. 32

En la comida pidió un plátano, no una banana, se refirió a los distintos modos de llamar a la luna, por alguna razón dejó sin explicar esta frase suya «La mujer es más importante que el hombre», pero le gustó deletrear este hallazgo, que «Bungalow, ¿ye qué fácil?, significa casa hecha al estilo de Bengala» o esto otro: «Voltaire lo dijo: las vocales no cuentan y las consonantes muy poco», o: «Andalucía viene de los vándalos, el Mar de los Vándalos».

Habló de más cosas. Decía:

Lengua, poesía fósil. Náusea, Navis, mareo de mar. Window: ojo del viento. Margarita, Daysi, ojo del día. Pérez Galdós se hizo madrileño, No soy católico, Me gustan las peleas de gallo porque a los gallos les gustan mucho. Es como un frenesí. Con las frases que me atribuyen se podrían hacer mis obras completas. ¿Por qué me meto con Lorca? ¿y por qué no me meto con Lorca? Con Cervantes nunca me meto. Alguien impertinente vino a mi casa, no le gustó. Yo le dije: «Usted está en ella cinco minutos y yo llevo en ella la vida entera: no se queje». Me dijo (era mexicano): «Octavio Paz no vive así». Le dije: «Modestamente, yo soy Borges».

Cuando ya nos despedíamos apunté, para decírselo a Cueto, algo más de lo que no había anotado: «Y o me he llamado Beethoven alguna vez. Y o prefiero no ir a los congresos. Acepto ácidamente, con toda evidencia. Mi abuela, siendo jovencita, asistió a la lectura de un capítulo de Dickens, por Dickens. Cambiaba de entonación y de cara».

Esto puse al final del texto que luego Cueto publicó (con fotos, en otras páginas estaba ya Borges acostumbrado a la vejez y, en otra de 1961, resignado a ser Borges en una visita a la Universidad de Texas). Ahí está con los brazos cruzados, tan pensativo como los ciegos callados.


FRANCO HA MUERTO


Franco, Julián Casanova, p. 378

En mayo de 1925, el rey Alfonso XIII le había regalado una medalla de la Virgen y le había pedido que la llevara siempre «pues ella, tan familiar y española, seguramente te protegerá». El brazo de santa Teresa formó parte de la atribución de las victorias de Franco, en su guerra y en su paz, a la protección sobrenatural. Durante la ocupación de Málaga en febrero de 1937, un soldado del ejército de Franco halló la mano izquierda de la santa en la maleta abandonada del coronel republicano José Eduardo Villalba. La mano, conservada en un relicario de plata y alhajada con varios anillos, había sido sustraída del convento de las carmelitas descalzas de Ronda. Tras un acto de desagravio, la reliquia fue entregada al Generalísimo, quien a partir de ese momento se sintió siempre guiado por la «Santa de la Raza».

La agonía duró varios días, con disparatadas intervenciones del marqués de Villaverde frente al equipo médico que le trataba, decenas de mandatarios en los pasillos del hospital y colas de penitentes fuera y ante el palacio de El Pardo. En la noche del 19 de noviembre, a petición de su hija, le retiraron los tubos y goteros. Murió oficialmente a las 5.25 de la madrugada del jueves 20 de noviembre de 1975, el mismo día y mes en que había sido fusilado José Antonio Primo de Rivera y que Franco decretó día de luto nacional desde 1938.


INCIPIT 1.546, FRANCO / JULIAN CASANOVA


FRANCISCO FRANCO, LLAMADO EL CAUDILLO

RÉQUIEM

A las 14.15 horas del domingo 23 de noviembre de 1975 una losa de granito de 1.500 kilos cubrió la fosa preparada para dar sepultura al Caudillo en la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, junto a la tumba de José Antonio Primo de Rivera.

El NO-DO y TVE inmortalizaron esos tres días con imágenes y sonidos de la época. Cuando se conoció la noticia del fallecimiento, las banderas ondearon a media asta en todos los edificios públicos. Hubo luto oficial durante treinta días. Se suspendieron todas las clases y actividades académicas en los centros docentes, los espectáculos y actos públicos, las bolsas y las operaciones bancarias con moneda extranjera. Los diarios lanzaron varias ediciones. En las tiendas de confección de Madrid se agotaron las existencias de corbatas negras. A media mañana del 20 de noviembre, el féretro que contenía el cuerpo de Franco fue trasladado desde la Residencia Sanitaria de La Paz hasta el palacio de El Pardo. El cadáver, vestido con su uniforme de capitán general, fue velado de manera privada por su viuda, su hija y sus nietos, miembros del Consejo de Regencia, el presidente del Gobierno y los príncipes de España. Destacaba su cabeza embalsamada, el rostro sereno de un anciano, con las manos cubiertas con guantes blancos.


INCIPIT 1.545 LOS EMBAJADORES / HENRY JAMES


Cuando Strether llegó al hotel, su primera pregunta fue acerca de su amigo; no obstante, al enterarse de que Waymarsh no iba a llegar, al parecer, hasta la noche, no se desconcertó del todo. En recepción le entregaron un telegrama, con respuesta pagada, en que aquel le encargaba una habitación «siempre que no fuera ruidosa»; de modo que el acuerdo de que se encontrarían en Chester y no en Liverpool seguía teniendo validez hasta el momento. El oculto prurito, empero, que había impelido a Strether a no desear por ningún concepto la presencia de Waymarsh en el muelle y que en consecuencia le había llevado a posponer dicha alegría durante unas horas era el mismo que a la sazón le hacía comprender que aún podía esperar sin sentir ninguna decepción. En el peor de los casos cenarían juntos y, con todos sus respetos para el querido Waymarsh-incluso para sí mismo, dadas las circunstancias-, había poco temor de que en lo sucesivo no se vieran con suficiencia. El prurito en activo a que acabo de referirme había sido, por lo que toca al hombre que había desembarcado después, enteramente instintivo; resultado del insistente presentimiento de que, por agradable que fuese, tras separación tan larga, ver la cara de su compañero, todo se disolvería en una bagatela sin importancia si se las arreglaba para que dicha cara se presentase al próximo vapor como la primera «nota» de Europa. A esto había que añadir ya su certeza de que demostraría, como mucho y de todas todas, dicha nota europea en medida más que suficiente.


CARMEN DIEZ DE RIVERA


Franco, Julián Casanova, p, 221

A finales de 1941 y comienzos de 1942 había corrido por Madrid el cotilleo de que Serrano Suñer engañaba a su mujer, Zita, con Sonsoles de Icaza, esposa del teniente coronel de caballería Francisco de Paula Díez de Rivera, marqués de Llanzol, último capitán de la escolta de Alfonso XIII. Su hermano Ramón Díez de Rivera, marqués de Huétor de Santillán, estaba casado con María de la Purificación de Hoces y d'Orticós-Marín, amiga íntima de Carmen Polo, quien le puso al corriente de todo lo que acontecía en la residencia de los Llanzol. Los marqueses de Huétor de Santillán vivían en el mismo edificio que Serrano Suñer y Zita. Franco y doña Carmen presionaron a su cuñado para que rompiese con su amante, sobre todo cuando la esposa del Caudillo se enteró en 1942 de que el cuarto hijo que esperaba Sonsoles era de Serrano Suñer. Fue una niña, bautizada con el nombre de Carmen, que nació en Madrid el 29 de agosto de ese año. El enredo sentimental de Serrano, que no fue el único, había dañado, según una fuente estadounidense, «la intimidad en el seno de la familia Franco». En Londres y Washington se acogió con alivio la caída de Serrano Suñer y el nombramiento de Gómez-Jordana. Franco no ofreció a su cuñado la embajada de Roma, que él deseaba, y aunque hasta casi el final de la segunda guerra mundial Serrano propagó críticas al Gobierno y mostró su fervor por Falange, dejó la política y recompuso su carrera como abogado.


ESTRAPERLO


Franco, Julián Casanova, p. 188

Y los consumidores, ricos y pobres, tuvieron que tomar el mismo camino ilegal para comprar lo más básico -el pan, aceite o leche- o, en el caso de quienes poseían más dinero, para no prescindir de otros alimentos menos necesarios. Mientras que casi todos los ciudadanos trapicheaban en el mercado negro para saciar el hambre, arriesgándose también a duros castigos si les cogían, los grandes estraperlistas, entre quienes se encontraban políticos, militares y funcionarios del Estado franquista, personas protegidas por el poder, hicieron enormes fortunas. La influencia política daba grandes beneficios a terratenientes, industriales e intermediarios que conseguían evadir las normas de los organismos de intervención u obtenían pedidos extraordinarios del propio Estado. Franco anunció en junio de 1939 una política de autarquía basada en el modelo fascista. Sus primeros gobiernos congelaron los gastos en obras públicas, sanidad y vivienda. El dinero se invirtió en pagar la victoria que habían financiado con créditos. La transformación de una economía de guerra en una economía de mercado tardó más de una década.


EVITA PERON


Franco, Julián Casanova, p. 252

En las diferentes visitas por Madrid, Evita, de veintiocho años, y doña Carmen, de cuarenta y siete, rivalizaron en trajes, mantillas y sombreros. Evita pidió a doña Carmen que la llevara a visitar los barrios pobres de Madrid, que había muchos, bajó del coche, recorrió las calles y entró en casas y chabolas. A doña Carmen «no le gustaba ir a los barrios obreros y cada vez que podía los tildaba de "rojos"». Evita declaró después que en su viaje a España había percibido claramente las diferencias entre el régimen peronista y la ·ctadura de Franco y así se lo dijo a doña Carmen, «la gorda»: “La aguanté durante un rato, hasta que no pude más y le dije que su marido no gobernaba con los votos del pueblo sino con la imposición de una victoria. A la gorda no le gustó ni medio».

En sus discursos repitió que Argentina tenía dos banderas, «justicia social, menos pobres y menos ricos», aunque los acompañaba de palabras como «patria», «raza» y se arrodilló ante la Macarena, la Moreneta y la Virgen del Pilar. Abandonó España desde Barcelona: «Tendría que pediros mi corazón, el corazón que os entregué al llegar, pero siento que debo irme con el vuestro en mi pecho, dejándoos para siempre el mío. ¡Adiós, España mía! ¡Viva la España inmortal!». Después viajó a Portugal, Francia, Suiza y fue recibida por el papa Pío XII en el Vaticano. Evita murió de cáncer el 26 de julio de 1952, a los treinta y tres años, cuando su estrella brillaba en lo más alto. Juan Domingo Perón, derrocado en 1955, buscó asilo en varios países de América Latina hasta que lo encontró en España en enero de 1960, junto a María Estela Martínez, «Isabelita», con quien contrajo matrimonio el 5 de enero de 1961. Perón llegó al Gobierno cuando los fascismos habían sido derrotados en Europa y basó su populismo en la legitimidad electoral con la que accedió al poder, en el liderazgo efectivo, en un fuerte nacionalismo y en el apoyo a una cultura popular. Una democracia autoritaria gobernada, como le recordó Evita a doña Carmen, con «los votos del pueblo». En España, el matrimonio Perón vivió primero en Torremolinos y después en Madrid hasta 1972.


Y EL PAZO DE MEIRAS


Franco, Julián Casanova, p. 283

Unos meses antes, en marzo de ese año, Julio Muñoz Rodríguez de Aguilar, gobernador civil de La Coruña, y Pedro Barrié de la Maza, un rico financiero gallego, habían creado una Junta Pro Pazo para adquirir por medio de una «suscripción popular» la mansión rural que había pertenecido a la escritora Emilia Pardo Bazán. La fórmula de «suscripción popular», que en realidad era «suscripción obligatoria», fue utilizada también por otros jerarcas militares como Queipo de Llano o Varela para amasar propiedades. En la tarde de ese 5 de diciembre, la Junta Pro Pazo, tras una recepción a las primeras autoridades civiles y militares, entregó en el salón azul de las Torres de Meirás dos pergaminos con la «ofrenda donación» «al fundador del nuevo Imperio», quien aceptó «el obsequio gustoso, por venir de una donación de mis queridos paisanos». La mansión y finca quedó inscrita en el registro en 1941 a nombre de Franco. Muñoz Rodríguez de Aguilar fue compensado con el cargo del jefe de la Casa Civil del Generalísimo y administrador del Patrimonio Nacional y a Barrié de la Maza Franco le otorgó en 1955 el título del conde de Fenosa.

Doña Carmen se había encaprichado con el palacete Comide de La Coruña y, el 3 de agosto de 1962, Barrié de la Maza, presidente desde 1939 del Banco Pastor, se lo transmitió en propiedad tras adquirirlo en subasta el día anterior José Luis Amor Fernández, subjefe provincial del Movimiento. La casa natal de Franco en El Ferrol, que heredó tras la muerte de su padre en 1942, fue reformada y ampliada años después a voluntad de doña Carmen, quien adquirió muebles, antigüedades, porcelanas de Sargadelos, joyas y pinturas, pagados con fondos municipales. Un discreto caserón se convirtió en un suntuoso palacete.


ESPAÑA 1956


Franco, Julián Casanova, p. 298

Las iniciativas aperturistas de Ruiz-Giménez crearon asimismo tensiones entre dirigentes del SEU vinculados al Movimiento y pequeños grupos disidentes antifranquistas. El principal escenario fue la Universidad de Madrid. Al amparo de Pedro Laín Entralgo el rector nombrado por Ruiz-Giménez, algunos estudiantes de izquierda y falangistas radicales pidieron en enero de 1956 la celebración de un Congreso de Escritores Jóvenes, en el que, como recordó años más tarde Dionisia Ridruejo, «los jóvenes universitarios intercambiaran sus ideas con alguna comodidad, dando ocasión a un diálogo que les esclareciera mejor que a un silencio que les envenenara». Este congreso, apoyado por el propio Ridruejo y por Laín, fue prohibido por el ministro de Gobernación, Blas Pérez, y los estudiantes, entre los que se encontraban Enrique Múgica, Ramón Tamames y Javier Pradera, redactaron un manifiesto, que recogió tres mil firmas, en el que se pedía un sindicato más representativo. Hubo enfrentamientos en la Facultad de Derecho de San Bernardo, con falangistas golpeando a estudiantes, y el 9 de febrero un grupo armado de la Guardia de Franco, que regresaba de la conmemoración del Día del Estudiante Caído, en memoria de Matías Montero, un falangista muerto en unos disturbios en 1934, se enzarzó en una pelea con estudiantes antifranquistas. Uno de los falangistas cayó herido, posiblemente por el disparo accidental de una de las pistolas que llevaban sus compañeros.

La prensa falangista culpó de los incidentes a agitadores comunistas. En el consejo de ministros que se celebró al día siguiente, Franco suspendió por tres meses cinco artículos de aquella seudoconstitución llamada Fuero de los Españoles, cerró la Universidad de Madrid y cesó a Pedro Laín. Como prueba de que muy pocos asuntos eran para él más importantes que la caza, se marchó después a una cacería en compañía de varios ministros


INCIPIT 1.544. LA PENINSULA DE LAS CASAS VACIAS / DAVID UCLES


Prólogo

Altiplano de Glieres, Francia; marzo de 1944

En mitad del cielo, una nube deja de moverse. Se distingue bien de las demás porque flota solitaria. Carece de contorno y es de un tono más pardusco. Se ha detenido sobre el cuerpo de un miliciano andaluz que yace bocarriba en el manto de nieve que cubre el valle. Solo destacan el rosa tibio de la piel del soldado desnudo y el púrpura de sus heridas, en especial el de la cicatriz del hombro, recuerdo de una batalla que no recuerda.

El miliciano no está muerto, duerme con la boca abierta y los pies entre gladíolos. Cuando abre los ojos, la nube despierta también y retoma el movimiento, pero no en dirección nordeste, hacia donde los vientos saboyanos suelen barrer el cielo, sino hacia el suelo. El joven observa que está cada vez más cerca. Se incorpora con la intención de huir, pero no puede caminar. Aprecia despavorido que su propia sombra, proyectada sobre la nieve, no tiene piernas. Antes de echarse las manos a las pantorrillas para comprobarlo, se las lleva a los oídos. Un sonido agudo y familiar lo envuelve. Alza la vista y reinterpreta las señales. No se trata de un nublo, sino de un obús. Se lanza de nuevo al suelo y cierra los ojos. Escucha el fragor de la explosión. No lo ha alcanzado, aunque sabe que las heridas graves no duelen al instante.

Vuelve a abrir los ojos y se reincorpora, feliz de sentir las piernas. Se palpa el resto del cuerpo y se calma al hallarse de una pieza. El paisaje es ahora otro: la noche ha caído y, pese a que no hay luna ni fuego y a que todo debería estar sumido en una untuosa oscuridad, la nieve deja entrever el verde de los abetos, intenso y refulgente, así como el marrón franciscano de los troncos.


INCIPIT 1.543. LOS LOBOS DEL BOSQUE DE LA ETERNIDAD / KO KNAUSGARD


Acabo de escuchar el álbum de Status Quo Rockin 'All Over the World. Todavía estoy temblando. Lo ponía todo el tiempo cuando salió. Fue en 1977, y yo tenía once años.No lo había vuelto a oír desde entonces. Hasta ahora, que, sentado aburrido en la oficina, he empezado a recorrer hacia atrás la senda del tiempo, a través de bandas que me recordaban a otras bandas que me recordaban a otras bandas, y ha vuelto a aparecer en la pantalla delante de mí. Solo con ver la carátula he notado un escalofrío. La imagen del planeta Tierra, brillando en el espacio oscuro, con el nombre del grupo en una especie de letras eléctricas, y el título del álbum debajo, con una tipografía típica de ordenador, ¡uau! Pero ha sido al pulsar el play y empezar a escucharlo cuando me he quedado noqueado. Recordaba todas las canciones, era como si las melodías y los riffs escondidos en mi subconsciente emergieran para reconectar con sus orígenes, sus padres, esas viejas canciones de Status Quo a las que pertenecían. Y no solo eso. Con ellas ha llegado además una marea de recuerdos, todos juntos: multitud de sabores, olores, visiones, sucesos, sensaciones, ambientes, de todo. Mis emociones no han podido manejar tal cantidad de información a la vez


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