Fractal, Andrés Trapiello, p. 166
Es un lugar extraordinariamente hermoso, una casa romana pasada por el Renacimiento, y que despierta en uno sentimientos diferentes, quizá complementarios. Por un lado, uno es feliz conociendo algo así. Pero por el hecho de conocerlo, se ve uno comprometido con esa misma belleza. No puede seguir viviendo de la misma manera. El ideal le obliga a uno a muchas cosas, la belleza lo mismo. Es difícil que ninguno de nosotros llegue a vivir jamás en una casa parecida, eso está fuera de toda duda (y los que son millonarios, tampoco tienen ningún interés, por lo general, en vivir en una casa como esa, ya que son millonarios, casi siempre, porque han estado alejados de esa manera de creer que el ideal es la Villa Giulia), pero después de haberla visto, debería llegar uno a la suya, pobre, en cualquier rincón del mundo, y tratar de que, en lo que es, se acerque lo más posible a su propio canon.
Vivir en Roma tiene además esa
cotidianeidad con lo que es excepcional. Llega a ser una parte de la rutina.
Todo es hermoso, llega a creer uno. Y a medida que pasan los días va
encontrando uno su rutina, que es la única fértil.
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