Conversaciones con Ian McEwan, p. 258
McEwan: Bueno, no creo que estar
en la cámara acorazada de una biblioteca sea una vida póstuma, pero
probablemente es la única vida póstuma que voy a tener, y en eso seré más
afortunado que la mayoría. No veo razón alguna para pensar que algo sobrevivirá
a la extinción de mi cerebro y mi cuerpo. A medida que te adentras en los
sesenta, es inevitable que tu obra quede permeada por un sentido más potente de
tu propia finitud. En realidad, es casi como una disciplina. Incluso en el
sentido de lo más trivial, pienso en lo oneroso que es tener otro verano húmedo
y nublado cuando ya sólo te quedan diez o veinte. De modo que hay una verdadera
sensación de que el tiempo se acaba.
Una vez le pregunté a Updike
sobre este asunto. Me dijo que estaba pensando en deshacerse de muchos libros porque
tal vez se mudase a un lugar más pequeño, y yo le comenté: «Vaya, eso le
producirá mucha angustia». Y él me respondió: «Bueno, eso es lo que habría
pensado hasta los cincuenta y cinco años o así, pero luego algo sucede. Empieza
a importarte menos. Es curioso -continuó- que pensar en tu muerte no te llene
de la misma tristeza o miedo que te producía cuando tenías treinta años». Y
creo que empiezo a notar un hálito de eso mismo. Así que, tal vez, sin religión
te resignas biológicamente de todos modos. Simplemente te importa menos.
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