Elizabeth Finch, Julian Barnes, p. 88
Juliano fue un emperador romano
que jamás puso un pie en Roma. Un emperador accidental; aunque, en aquellos tiempos,
acceder al poder imperial por accidente era un hecho más habitual. Vivió su
juventud como estudioso, lejos de la corte, lejos de menesteres militares. En
el año 351, convocaron a su hermano Galo a la corte de Milán, lo nombraron César,
lo mandaron a gobernar el Este, lo hicieron volver al cabo de tres años, lo
juzgaron por corrupción y lo ejecutaron. Cuando convocaron a Juliano a Milán,
él medio esperaba que lo eliminasen también. Pero encontró la protección de la
segunda esposa del emperador Constantino, Eusebia, y es posible, además, que
aquel muchacho estudioso no fuera considerado una gran amenaza. Lo pusieron al frente
del ejército occidental del imperio en la Galia, dando por hecho -al menos,
según su propia versión- que fracasaría. Eusebia le proporcionó obras de
filosofía, historia y poesía para que pudiera proseguir con sus estudios
mientras acababa con las diversas tribus germánicas. Cruzó el Rin tres veces en
guerras pacificadoras; sus tropas lo proclamaron augusto a las puertas de
París. Burló los intentos de hacerlo regresar a Milán, y marchó para
enfrentarse a Constando, que gobernaba en la mitad oriental del imperio. Cuando
los ejércitos se aproximaban ya, tuvo lugar un feliz accidente: Constando murió
de fiebres en Mopsuestia en 361, y dejó a Juliano sin oposición.
Mediante el Edicto de Milán de
313, Constantino y su coemperador, Licinio, habían despenalizado el
cristianismo. El Estado pasó así a ser oficialmente neutral en lo tocante a la religión,
si bien se concedió a los sacerdotes cristianos libertad para viajar sin
restricciones por todo el imperio y se los eximió de obligaciones tributarias.
Tras la muerte de Constantino en el año 337, sus hijos Constantino II y
Constando II gobernaron como cristianos. De modo que cuando, al convertirse en emperador,
Juliano se proclamó pagano y anunció que no volvería a pisar jamás una iglesia
cristiana, no estaba desinstaurando el cristianismo, porque en ningún momento
se había instaurado. Los cristianos, por descontado, no lo vieron así, y
algunos sospechaban que, en caso de que Juliano regresara victorioso de su
guerra en Persia, se centraría en la persecución de su Iglesia. ¿Qué le impedía
prohibir de nuevo la religión cristiana y erigirse en un segundo Diocleciano?
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