Elizabeth Finch, Julian Barnes, p. 98
De camino a Persia, Juliano se detuvo en la ciudad de Antioquía.
Le resultó repulsiva en muchos aspectos: cristiana, sibarita, corrupta, avara y
holgazana. Pero contenía también uno de los templos paganos más sagrados: el de
Apolo en el arrabal de Dafnea, levantado justo en el lugar en el que Dafne,
huyendo, se había transformado en un árbol de laurel. En su interior había una
estatua de Apolo hecha de madera de vid, de treinta metros de alto y envuelta en
un manto de oro: se decía que igualaba en magnificencia a la de Zeus en
Olimpia. Desde Constantinopla, Juliano había mandado instrucciones para
restaurar el templo y disponerlo todo para su llegada. Había imaginado bestias
listas para el sacrificio, libaciones, y a la juventud de la ciudad espléndidamente
ataviada para darle la bienvenida. Pero no encontró nada de eso. Cuando
preguntó qué habían preparado para los sacrificios, el sacerdote sacó un ganso mísero
y solitario, que él mismo había traído de casa.
Pero el problema iba más allá de la indolencia y la
insolencia.El lugar estaba corrompido desde que el propio hermano de Juliano,
Galo, antiguo gobernador de Antioquía, había construido justo al lado del
templo una iglesia en honor a san Babilas, un mártir cristiano local, y había depositado
allí los restos del santo. En Delfos, Juliano había consultado a la sacerdotisa
de Apolo y le había preguntado por qué el oráculo ya no hablaba. «¡Los
muertos», le contestó, «me impiden hablar! ¡Desgarra las urnas, extrae los
huesos, echa de aquí a los muertos!» Juliano obedeció esta instrucción; retiró
el sarcófago de Babilas y lo devolvió a la tumba de la que Galo lo había
sacado. Hubo protestas callejeras que rozaron la revuelta, se gritaron insultos
al emperador; algunos cristianos terminaron arrestados y fueron «torturados con
látigos y uñas de gato». Un par de días más tarde, el Templo de Apolo ardió por
completo, y los treinta metros de la deidad de madera quedaron reducidos a
cenizas. Como es lógico, las sospechas recayeron sobre los cristianos (pese a
que un adorador pagano que había tenido un descuido con los cirios era el
culpable).
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