Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

BOTONES


En otoño, KO Knausgard, p. 213

Mis hijos crecen sin ninguna caja de botones y nunca han visto coser a sus padres, porque cuando aquí se cae un botón tirarnos la prenda y comprarnos una nueva. No me gusta, cada vez que ocurre me lleno de una ligera sombra de tristeza, no es así como debe ser. Pero ¿por qué? ¿Pongo austeridad y pobreza por encima de la abundancia? Sí, de alguna manera debo hacerlo. La abundancia es mala, la austeridad es buena; también eso forma parte de la herencia. ¿Y no es verdad que pocas ideas representan mejor la civilización que esa? Tal vez lo más característico de la naturaleza sea la abundancia, una salvaje riqueza de hojas y hierba, tallos y ramas, un derroche ilimitado de clorofila, de lo cual la esencia del botón, que pulcra y modestamente, pero con eficacia, mantiene unida la camisa, es el contraste total. Eso se obvia en aquellas ocasiones en las que el deseo le vence a uno, y con la garganta obstruida y el sexo palpitante no puede esperar el tiempo que se tarda en desabrochar todos los botones, y coge cada parte de la camisa o la blusa y la desgarra de un movimiento violento, para entrar en lo ilimitado, frenético y derrochador. Eso constituye siempre la mayor tentación en el reino de la moderación, precisamente porque es contenida y regulada por el principio de los botones. Este principio no radica en ninguna idea, sino en la labor diaria de las manos con los pequeños discos cuando los empujan despacio y verticalmente dentro de las pequeñas ranuras de la tela de la otra parte de la camisa, y luego los vuelven a enderezar cuando la han traspasado, de modo que forman un cierre y constituyen la técnica que utilizamos para ocultar el cuerpo tras la ropa y ejercitarnos en el autocontrol.


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