Elizabeth Finch, Julian Barnes, p. 94
Estos galileos arribistas,
además, hacían gala de una naturaleza histérica, como evidenciaba su afición
por el martirio, algo que, en palabras de Juliano, «los llevaba a encontrar la
muerte deseable, pensando que si se arrancan su vida violentamente subirán
volando hacia el cielo».
Por último, el Apóstata se
muestra perplejo ante la absoluta falta de sofisticación del cristianismo, su
rechazo a reconocer a los expertos, su inclinación a alabar al idiota y al
simplón por delante del escriba y el sabio. Thomas Taylor, traductor de la obra
de Juliano al inglés en 1809 y él mismo «politeísta filosófico», se explayó con
entusiasmo sobre este punto:
No parece sino que Cristo
encontraba sus delicias en estar con los niños, las mujeres y los pescadores.
[A los apóstoles] les predica la insensatez, y les enseña que se aparten de la
sabiduría, llamándolos a imitar a los niños, a los lirios, el grano de mostaza,
y a los pájaros; todos ellos seres sencillos, sin pretensiones, que se dejan
guiar por el instinto, sin artificio y cuidado alguno [ ... ]. En la Escritura,
además, se menciona con frecuencia a ciervos, venados y corderos [ ... ]. Ahora
bien, no hay animal más simple que este. Así lo atestigua el dicho de
Aristóteles que habla del «espíritu borreguil», tomado sin duda de la estupidez
de este animal, y que, según él, solía aplicarse como injuria contra zafios y
majaderos. Pues bien, este es el rebaño del que Cristo se proclama pastor. Y
hasta él mismo se complace con el nombre de cordero.
Cabe señalar que estudios
científicos recientes han demostrado que, en contra de la creencia
tradicionalmente instaurada, las ovejas son en realidad animales de gran
inteligencia y complejidad emocional, con buena memoria y capacidad de entablar
amistades y de sentir pesar cuando mandan a sus compañeras al matadero.
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