Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.513. PRESENTES / PACO CERDA


Las luces se han apagado. Y ahí está él. Presente.

El Fundador, el Profeta, el Ausente.

El Maestro, Glorioso Mártir, César Eterno.

El Héroe Nacional, Figura de la Raza, Primero de los Caídos.

La Muerte que Vive, Novio de España, Artífice del Imperio.

El Elegido, Genio Creador, el Nunca Muerto.

Está ahí, yacente frente al altar, orlado de nombres pomposos, rehén de unos laureles que alejan y mortifican. Y sin embargo, perforando la neblina de este amanecer marino que arrulla a Alicante entre volteos tristes de campana, en las calles agitadas por la muchedumbre y  dentro de esta iglesia solo resuena un nombre humilde, común, pequeño: José Antonio.

Por él, y no por Dios, se han apagado las luces.

Cuando el obispo ha levantado la sagrada forma, una corneta ha sonado. Las luces del templo han dejado de brillar. Afuera sestea la madrugada. En el interior de San Nicolás no hay oscuridad, solo penumbra. Veinticuatro hachones de fuego arden con llamas temblorosas, ascendentes, puro Greco expresionista. Esos fuegos primitivos encuadran el túmulo funerario. Imponente. Oscuro. Permanece elevado a tres metros de altura. Para verlo, los mentones se alzan en reverencia y admiración. En lo alto, sobre un catafalco forrado de terciopelo negro,  brilla la caja de ébano. Dentro reposa él. Presente. Dispuesto a emprender el viaje más largo, de lo terrenal a lo redentor.


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