Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 369. LIMBO / AGUSTIN FERNANDEZ MALLO

En el año 1924, el joven físico Werner Heisenberg obtiene una beca para trasladarse a Copenhague; su deseo es trabajar a las órdenes del por entonces pope de la física cuántica, Niels Bohr. En ese momento aún falta una teoría completa que dé cuenta del modo en que los electrones saltan de una órbita a otra en los átomos. Werner Heisenberg alberga una serie de intuiciones al respecto que, por  descabelladas, no se atreve a verbalizar ante sus mentores. Años atrás le había oído decir a Bohr «al llegar al mundo de los átomos, al científico no le interesa tanto hacer cálculos como crear imágenes». Palabras profundamente fijadas desde entonces en la mente de Heisenberg, quien las interpreta como «el científico ha de crear  intuiciones».
A principios de junio de 1924, Heisenberg sufre un ataque de fiebre del heno. A fin de curarse decide pasar diez días en la solitaria y rocosa isla de Helgoland, mar Báltico, donde, a falta de plantas, con total seguridad estará a salvo del polen que le activa la fiebre. Se traslada con libros de física, abundantes notas que durante aquel año había ido desarrollando por su cuenta, y un libro de Goethe. Debido a la alergia, su cara presenta grandes hinchazones, lo que le hace ganarse una reprimenda de la dueña de la pensión donde se aloja, quien piensa que el aspecto del rostro es producto de alguna pelea; teme que aquel alemán resulte un huésped problemático.

Heisenberg se concentra entonces en los problemas de física atómica que en aquellos años preocupan a la comunidad científica internacional. 

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