MANIAC, Benjamin Labatut, p. 279
Al final, miraba hacia un futuro
tan sombrío, y concebía escenarios tan macabros, que guardó silencio y se
rehusó por completo a compartir el contenido de su cabeza. En la última carta que
me envió, hablaba de un cambio de estado esencial, una transformación que
galopaba desbocada hacia nosotros: «Las horribles posibilidades actuales de
guerra atómica pueden dar paso a otras aún más espantosas. Literal y figuradamente,
nos estarnos quedando sin espacio. Después de muchísimo tiempo, hemos empezado
a sentir, de forma crítica, los efectos del tamaño finito y real de la Tierra. Esta
es la crisis de madurez de la tecnología. En los años que quedan entre hoy y el
comienzo del próximo siglo, la catástrofe global seguramente superará todos los
patrones anteriores. Cuándo y dónde llegará a su fin -y a qué estado de cosas
dará lugar- es algo que nadie puede 'saber. Es un consuelo muy pequeño pensar
que los intereses de la humanidad puedan cambiar algún día, la curiosidad de
esta época sobre la ciencia puede cesar, y es posible que la mente humana se
ocupe de cosas completamente diferentes. La tecnología, después de todo, es una
excreción humana, y no debe ser vista como algo ajeno, como un Otro. Es una
parte de nosotros, como la tela es parte de la araña. Sin embargo, parece que
el progreso cada vez más rápido de los medios técnicos da muestras de estar acercándose
hacia algún tipo de singularidad esencial, un punto de inflexión en la historia
de nuestra raza más allá del cual los asuntos humanos tal como los conocemos no
podrán continuar. El progreso se volverá tan complejo y veloz que no podremos
comprenderlo. Porque el poder tecnológico en sí es un logro ambivalente, y la
ciencia es neutra por completo; provee medios de control aplicables a cualquier
propósito, pero permanece indiferente ante todos. Lo que crea el peligro no es
el potencial destructivo particularmente perverso de un invento en específico.
El peligro es intrínseco. Para el progreso no hay cura».
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