2007
8 de enero
Jornada larga. Llevo despierto
desde las seis de la mañana, leyéndome esta novela insalvable, que destapa mis limitaciones como escritor.
Cabeza vacía y mano torpe, que se suman a una pérdida de referentes, a este no
tener nada en la cabeza que me tortura. ¿Cómo puede uno querer ser escritor, si
no tiene nada que decir? Basta con ver la prosa, la mediocridad de la
escritura, la falta de densidad, la ausencia o planura de ideas. Lo dicho: la
lectura de hoy me ofrece un balance demoledor. Mientras tanto, la vida resbala
fuera de estas cuatro paredes: días espléndidos, soleados, que ponen la
naturaleza en primer plano y cuyos rayos no consigo que. se lleven o que
traspasen esta especie de sombría jaula en la que me agito, no sé muy bien con
qué fin, desde qué impulso, porque lo que hay es, sobre todo, vacío, y un
silencio de dentro que es solo una forma de llamar a la incapacidad para mirar
fuera, para cargarse con la energía de lo de fuera. Tampoco la economía tiene
visos de arreglarse por el momento, ni hay perspectivas de trabajo a la vista
(nada de fuera nutre). Todo tiene en esta encerrona un aire de inconsciencia suicida.
Qué lejos la actitud del viejo Jünger, cuyos libros estoy leyendo estos días
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